Capítulo 2

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   Apaga el motor del auto cuando por fin estuvo bien acomodada en su lugar en el aparcamiento de la empresa. Había un bello cartel azul que decía su nombre, lo cual significaba que solo ella podía aparcar allí.

   La desmesurada estructura se alzaba ante nosotras. Era mayormente de vidrios espejados. La puerta automática se abría para darle paso a la gente y, sobre esta, había un gran cartel de letras metálicas que señalaba el nombre de la empresa: "Georfield's Corporation".

   — ¿Nerviosa? —Pregunta frenando nuestro andar frente a la puerta.

   — Nada que no pueda controlar —sonrío para ocultar mi verdadero nerviosismo.

   Nos abrimos paso entre la cantidad de gente que trabajaba allí, hasta llegar a un ascensor. Antes de entrar, Samanta se detiene.

   — ¿Qué sucede? —Pregunto tratando de esquivar a la gente que salía con pasos rápidos del ascensor.

   — Mi oficina está en el piso dos, pero antes de eso debo llevarle el café de todas las mañanas al señor Alfred. Tú sube hasta el último piso, allí será fácil encontrar tu lugar, ya que la única oficina que se encuentra allí es la de tu jefe. Él prefirió que lo dejen trabajar solo allí arriba para poder concentrarse mejor, a diferencia de su hermano que quiso estar en el piso tres rodeado de gente —explica.

   — ¿Eso es malo? —Cuestiono.

   — Siendo sincera, nadie lo sabe. Nunca nadie se ha acercado a él como para considerarlo bueno, pero yo creo que no puede ser tan malo. Deberás averiguarlo —sonríe tratando de calmarme—. Tenemos una hora libre a las diez, te esperaré en el café de la esquina —añade antes de irse en dirección contraria a la mía.

   Presiono el botón para llegar al último piso. Las puertas estaban por cerrarse cuando una mano inserta los dedos, abriéndola de vuelta.

   — Lo siento señorita, me dirijo al piso tres —se disculpa con una sonrisa.

   — Descuide, yo voy al último —explico mirándole la cara. Era lo que podría llamarse "apuesto". Sus cabellos eran rubios oscuros, sus ojos color azules claro, tenía barba en su mentón que se notaba bien cuidada y semblante serio.

   — Luego me dirigiré hacia allí —informa.

   — ¿Usted va a ver al señor Williams? —Pregunto asombrada.

   Una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Muerde su labio inferior negando levemente con la cabeza mientras que la sonrisa se iba borrando.

   — Cariño, yo soy el señor Williams —dice pasando una mano por sus cabellos.

   Al oírlo, la sangre llegó a mis mejillas tornándolas rojas. No podía creer lo que acababa de hacer, de seguro me despedirá ahora, y todavía no comencé a trabajar.

   — Yo. . . Lo siento mucho —susurro apenada.

   — Oye muñeca, si quieres que la gente te tome en serio debes hablar con firmeza. Créeme, no aceptaré una disculpas de alguien que me habla así —cruza sus brazos, recargándose contra la pared del ascensor. Al parecer encuentra divertido el hecho de verme nerviosa.

   — Pues, he dicho que lo siento —reitero alzando la cabeza y dejando que las palabras fluyan con firmeza.

   — Así está mejor, sigue practicando cariño —se despide en tono sarcástico antes de que las puertas del ascensor se abran.

   Las puertas se vuelven a cerrar, despegando mi mirada de la de aquel enigmático hombre. Una mirada de cuarenta y cinco años, más o menos, que expresaba en ella frialdad o tristeza, alguna de las dos era la opción correcta.

   Al llegar al piso que había indicado, dejo que las puertas se abran para poder salir de allí. Me sorprendí mucho al ver ese lugar. Era muy diferente a la otra parte de la empresa, y ahora entiendo por qué le gustaba trabajar sólo, a cualquiera le gustaría trabajar sólo aquí. Las puertas del ascensor se abrían para llevarte directamente a la oficina, todo este piso era su oficina. Empecemos por el toque hogareño que aquí había, el piso alfombrado blanco, las paredes eran inexistentes, en su lugar había grandes ventanales cubiertos por hermosas cortinas rollers blancas. En el fondo había un escritorio de madera blanca y frente a él, dándole la espalda al ventanal, había una silla giratoria blanca. Del techo colgaba una araña de cristal. A un lado había una extensa biblioteca y del otro lado había una chimenea que, por ahora, se mantenía a fuego lento, a centímetros de la chimenea había un piano de cola y al lado una estantería con vasos y botellas de whisky. También había, frente a la estantería, un sofá tapizado en cuero blanco para dos personas y uno de una persona del mismo estilo que el anterior. Era como su segunda casa, era evidente el hecho de que quiera sentirse cómodo.

   — Usted debe ser Ginebra, ¿estoy en lo correcto? —Una voz detrás de mí hace que me ruborice.

   — Así es —respondo volteando levemente para encontrarme con los ojos azules de Williams.

   — Primero que nada: bienvenida. Segundo: considérese con suerte, eres la primera secretaria en quien vuelvo a confiar para dejar entrar aquí luego de varios años de trabajar sólo —hablaba pausado mientras caminaba de un lado al otro del salón—. Tercero: no sé qué te habrán dicho de mí. . .

   — No me han dicho nada sobre usted —me apresuro a aclarar ante cualquier malentendido.

   — Repito, no sé qué le habrán dicho de mí, tampoco vivo pendiente de eso. La gente no me conoce, Ginebra, ese es el problema —hace una pausa breve para tragar saliva y sigue—. Si sigue mis reglas y hace todo como yo le ordeno, dudo que tenga algún tipo de problemas con mi persona.

   — Comprendo.

   — Dudo que pueda hacerlo, pero no importa ahora —baja la mirada—. Aquí será donde trabajará, junto a mí. Aunque si prefiere trabajar sóla puedo ordenar que le preparen una oficina para usted.

   — No, está bien aquí —digo imaginando el revuelo que una oficina nueva podría causar entre la gente que trabaja aquí. Además sería más cómodo seguir sus órdenes estando cerca de él.

   — Perfecto, entonces tome asiento, comenzaremos a trabajar —señala una silla recubierta en cuero, de color blanca, que estaba del otro lado del escritorio.

   Hago caso, caminando hacia allí con delicadeza. Tomo asiento, permitiendo que mi trasero se hunda en la base acolchada de la silla.

   Creo que puedo sobrevivir este día.

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