Capítulo 47

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   Eran al rededor de las cinco y media de la mañana, y yo no había podido despegar mi trasero del sofá. Miraba el reloj de péndulo moverse sin llegar a ningún lado. Pensar en escapar pasó miles de veces por mi cabeza, hasta que recordé que toda las ventanas tienen rejas y la única puerta que hay hacia afuera es la de entrada, la cual está cerrada con tres llaves, un pestillo y la alarma. Sería imposible tratar de salir de aquí por esa puerta.

   Por fin me pongo de pie para subir las escaleras. Si iba a tener que quedarme aquí esta noche, preferiría hacerlo en mi habitación, donde Elliot no pueda acceder a mí. Al llegar arriba, declaré que antes de la habitación, debía hacer una parada rápida al baño.

   Mojo mi rostro con el agua fría que salía del grifo. Esa sensación de falta de aire me invadió por unos instantes. Seco mi rostro con una toalla blanca que había allí colgada justo antes de que el pánico comience a invadirme. Me recargo contra el lavamanos, mirándome al espejo; tenía los ojos rojos y los labios hinchados de tanto llorar, ¿qué me pasó? Ya no reconozco mi propio reflejo. . .

   Debo pensar en algo, debo escapar, no puedo permitir que Elliot haga lo que quiera conmigo. Mi vista se pasea por todo el baño, buscando algo que me ayude, quizás, a abrir las cerraduras de la puerta principal, algo así como una presilla o algo parecido. . . ¡Ah, claro! Elliot se supone que no tiene presillas para el cabello aquí, fue un mal plan, lo reconozco. Me siento sobre la tapa del excusado, apoyando los codos sobre mi falda.

   De pronto, un rayo de sol hizo que desvíe mi mirada. El sol estaba comenzando a sal. . . Un momento, ¡el sol! Si pude verlo es gracias al ventilúz de vidrio opaco que estaba cerrado, era chico, pero tenía la medida justa para que una persona pase. Una sonrisa involuntaria se dibujó en mi rostro, animándome a ponerme de pie. Corro el cesto de basura hasta tenerlo abajo de la ventana y, ayudándome parada en puntas de pie, logré abrir la ventana y ver hacia abajo. Mis tripas se retorcieron al ver la enorme distancia que me separaba del piso. Abajo había un cerco de arbustos, pero ningún balcón intermedio o algo así por donde pueda escabullirme.

   — ¡Ginebra! —Salto del susto al ver a Elliot abrir la puerta del baño—. ¿Qué estás haciendo?

   — Elliot, yo. . . Solo estaba. . . —Intento buscar una excusa mientras bajaba del cesto sin que mis piernas flaqueen—. Intentaba escapar. . . Lo siento, no tengo excusas —admito bajando la vista. No pude mentirle a aquellos ojos que siempre me miraron con amor. . . O al menos eso creía.

   — ¿Por qué haces eso? —Su ceño se frunce, como si mi respuesta no fuera evidente.

   — ¿No está claro? No quiero estar aquí —me acerco a él con lágrimas en mis ojos—. . . Elliot, tú me das miedo.

   — Lo lamento, cariño, pero tú lo buscaste —sus ojos se encontraban sin expresión alguna—. Ahora ve a dormir, es temprano todavía —tomándome la mano, me arrastra fuera del baño.

   Me dejo arrastras, quién sabe por qué, hasta aquella habitación donde había despertado. Me reconfortó saber que él no dormiría en el mismo cuarto que yo. Al verlo salir de allí, un aire de alivio me invadió. Me siento sobre el borde de la cama, pensando en la manera más rápida y efectiva de salir de aquí sin terminar con un disparo en la cabeza.

   A todo esto, ¿qué hora será? Un momento. . . ¡Mi celular! Claro, que idiota, ¿cómo no se me ocurrió llamar a alguien antes? Busco entre mis bolsillos, tratando de dar con el aparato, pero todos mis bolsillos estaban vacíos. Claro, se lo di a Elliot para que lo ponga a cargar. Con un poco de suerte terminaría viva, viviendo en Tailandia con un pasaporte falso. . .

   Salgo de la habitación en puntas de pie, abriendo la puerta de la habitación de Elliot tratando de hacerlo despacio para que no rechinen las bisagras. Al entrar lo veo durmiendo, causándome inquietud el hecho de que sea capaz de dormir con todas las sábanas salidas. Bueno, mató una mujer, ¿por qué se preocuparía por acomodar las sábanas? Pero eso no importa ahora, necesito mi celular.

   Camino hacia la mesita de noche y abro el cajón. Estaba repleto de papeles y eso me dificultó abrirlo. Lo primero que se vio fue una fotografía donde estábamos Elliot y yo en nuestra luna de miel. Debajo de estas había papeles con letra muy pequeña para leer en la oscuridad. Cierro el cajón al darme cuenta que acá no está lo que yo buscaba. Me desplazo, casi en cuatro patas, hasta el escritorio se estaba del otro lado de la cama. Y ahí lo veo, mi celular sobre una pila de papeles amarillos por su vejez. Pero no estaba enchufado, el cable del cargador descansaba a centímetros del celular.

   Tomo el celular y lo saco de allí junto con el cargador. Me sentí aterrada al sentir a Elliot suspirar. Volteo, viéndolo acomodarse en la cama. Me quedé quieta unos segundos, cerciorándome de que estuviera dormido y, cuando estuve segura de que dormía, comencé a moverme despacio hacia la puerta.

   Busco algún enchufe libre en mi habitación, encontré uno detrás de la cama. Enchufo el celular con cuidado, mis manos temblaban levemente y no quería dar pasos en falso, no tenía mucho tiempo. Me senté en el piso, apoyando la espalda en la cama, esperando a que mi celular cargue un poco para poder prenderlo.

   Contaba interiormente los segundos que pasaban, cerrando mis ojos con fuerza. Rogaba abrirlos y encontrarme en mi cama, toda sudada luego de haber tenido tremenda pesadilla.

   No quiero culparme por nada, Elliot nunca había dado indicios de ser así. Recuerdo que era cariñoso, detallista, sincero. . . Nunca iba a imaginarme la bestia que contenía dentro. Es como un huracán, pasa y solo deja destrucción. Pasó por mi corazón y lo destrozó, y ahora piensa lavarse las manos y no hacerse cargo del daño.

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