Capítulo 36

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   Samanta, al parecer, compartía mi necesidad. Por lo que ambas nos encaminamos hacia la barra de tragos.

   A la hora de tomar, Samanta era experta. Sentía compasión por quien se interponga entre ella y la barra de tragos. . . Justo como mi jefe estaba por hacer justamente ahora.

   — Señor, déjeme decirle que su discurso fue sensacional —exclama mi amiga al tenerlo al frente.

   — ¿Eso crees? No había preparado nada, en realidad —declara mirándome fijamente.

   — Sí. . . Fue genial. . . —Extiende su cuello por encima de mi jefe para poder ver la barra de tragos—. Disculpen, en un rato vuelvo.

   Y se aleja de nosotros moviendo sus caderas, casi corriendo. Y, en el momento en que se fue, el aire comenzó a escasear en mis pulmones. Fijo mi vista en mi amiga, quien había frenado a intercambiar palabras con una chica de aspecto joven y grácil. Tomo aire y, armándome de valor, temiendo la respuesta, pregunté por aquel discurso.

   — ¿Qué hay con el discurso? —Fue la única respuesta que sus labios emitieron.

   — ¿Fue para Susan? —Embromar con él un rato me pareció una idea divertida. Además, no creo que su respuesta sea negativa, y menos creo que ese discurso haya sido para mí.

   — Me sorprende que después de todo te sigas haciendo la tonta —sonríe acomodando el cuello de mi vestido—. Creí que ya había dejado por demás de claro las posiciones de todos aquí.

   — No entiendo —me acerco a él para evitar gritar, debido a la distancia y a la música alta.

   — Susan no es nada, solo mi secretaria —cruza sus brazos.

   — Yo también fui su secretaria —jugueteo con su mirada.

   — Eres mucho más que eso, Ginebra. Además de lograr llegar a mí como una buena profesional, también llegaste a mí como una persona repleta de emociones, que me hizo revalorar muchas cosas. Eres mi amiga, Ginebra, y esa posición no la otorga ningún jefe o certificado.

   — Wow, me siento alagada —una carcajada débil se me escapa.

   — Deberías —su mano roza mi mejilla.

   Nuestras miradas se conectan, encerrándonos en una burbuja de donde ninguno de los dos quería salir. Estábamos en lo nuestro, por lo menos para mí el mundo exterior no existía en este momento. Su cabeza de ladeó, acercándose a mí. El aroma de su perfume me hizo estremecer y, al mismo tiempo, cerrar los ojos.

   Mi mano se posicionó sobre su hombro mientras que. . .

   — ¡¿Así que eso crees?! —Por entre la música me pareció reconocer vagamente el grito de alguien.

   Me separo rápidamente de Williams, sonrojada porque seguro, la mayor parte de la gente aquí vio eso. Ambos nos quedamos mirando, sin saber qué decir o hacer. Por el momento, lo que más me urgía era ver de dónde provino ese grito.

   Camino entre la masa de gente, con mi jefe pisándome los talones. A la altura del pasillo que llevaba a los baños ya el ruido se había intensificado. Alguien se encontraba sumamente molesto. Continué caminando, pasando la puerta del baño de damas. Y ahí fue cuando me di cuenta que había una arcada que conducía a un patio interno para fumadores. Al lado de esa arcada, había un cuarto de limpieza que, casualmente, tenía la puerta abierta. Desde allí podría ver sin que me vean.

   Me encaminé hacia allí. El cuarto era más chico de lo que imaginé. Mi jefe y yo entrábamos apretados allí. Me puse contra la pared, de espalda a mi jefe, para lograr oír mejor. Esa era una tarea que se me dificultaba por dos razones, la música de la pista que, si bien no se oía tanto, sí era fuerte; y por Williams tras de mí. Su cuerpo estaba totalmente pegado al mío. Pude sentir en mi trasero su pelvis, y eso es algo que me puso más nerviosa todavía.

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