Capítulo Veinticuatro.

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Lauren's POV.

Me desperté con ella a mi lado. Su mano estaba lanzada sobre mi hombro y sus labios estaban presionados contra mi frente. Cuando se movía, murmuraba, deslizando sus labios sobre mi piel tan suavemente como las alas de las mariposas.

Cuando era niña, atrapé una en un frasco de vidrio. Recuerdo que la tomé y la sostuve en mis manos. Mi madre me reprendió.

—Sus alas son delicadas —dijo ella—. Incluso al alisarlas con las yemas de los dedos puedes destruirlas. Y nunca más podrá volar.

Ahora me sentía de la misma manera. No sabía que estaba tocando algo delicado, algo terriblemente dañado. No sabía qué hacer para no destruirla más.

No quería que se fuera, pero no sabía si podía hacer que se quedara.

—Gatita —murmuró.

—Estoy aquí —dije en voz baja. La luz de la mañana cambiaba la habitación blanca a gris, pero cuando abrí los ojos vi un destello que siempre se arremolinaba bajo la superficie.

—No te fuiste.

—Tu mano estaba en el camino.

Ella sonrió y se dio la vuelta. Un repentino escalofrío recorrió mi cuerpo al quedarme sin el toque de su piel. Camila se sentó en el borde de la cama, bostezando.

¿Realmente dormimos juntas de esta manera? ¿Cómo amantes, entrelazadas como dos hilos de una cuerda deshilachada en medio de las sábanas de seda?

¿Me enamoré de este monstruo? ¿Realmente era un monstruo?

Mis ojos se centraron en su espalda y noté que me estaba mirando. Extendí la mano y toqué suavemente su piel. Imaginando el cinturón. Imaginando los moretones.

No toques las alas de la mariposa.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó de repente.

—¿Eh?

—Lo de ayer. ¿Sigues queriendo lo mismo?

Quería decirle la verdad: todo lo que quería era... a ella Quería que se quedara conmigo, que me mantuviera en mis brazos, que me sujetara debajo de ella y me torturara con besos como si fuera nuestra primera vez. Dios, quería todo eso y mucho más. Pero no podía dejarle saber el gran efecto que tenía sobre mí.

No por primera vez me pregunté si todo esto era un truco. Entonces recordé las fotos y me tragué mis dudas. No, era real. Todo era real. El tono de deseo que se deslizó en su voz cuando me habló también era real.

—¿Qué quieres de mí? —repitió con cansancio. Como si se estuviera preparando para el trabajo de Sísifo: tratar de no matar a nadie.

—No sé —no dije lo que realmente quería.

Ven a la cama.

Bésame.

Hazme tuya.

—¿Y si hacemos un intercambio?

Sonaba tan sabia. Tan racional. Hasta pensé que era una partícipe justa en este trato. Sabía que no era cierto. Pero al final entendí con un poco de tristeza lo que le habían enseñado. Entendí la necesidad de cubrir lo que estaba haciendo con una cortina.

No era la única que se avergonzaba del pasado.

—Una pregunta por una pregunta.

—Eso significa que te quedarás.

—Eso es parte del intercambio. Pero también significa que te quedarás aquí conmigo.

Una pizca de lujuria retorció su labio.

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