Capítulo Cuarenta y Ocho

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La tarde pintó su crepúsculo y antes de que el sol se ocultara, su luz anaranjada iluminaba un lugar en el que había parado mis pies. Reconocí aquel sitio y el recuerdo me trajo a Finn a la cabeza. Era el bar-café al que él me había llevado el día del cumpleaños de su amigo Wyatt.

Yo odiaba esos lugares, pero ahora, lo único que me pasaba por la cabeza, además de Finn y el dolor que todo esto me producía, era conseguir una manera de terminar con el. Me armé de un valor que no me conocía y arrastré mis pies hasta el interior.

Cuando me hube adentrado, caminé esquivando a todos los demás que bailaban al ritmo de la escandalosa música y llegué hasta la barra. El joven castaño detrás de ella, al mirarme me reconoció.

—¡Millie, la amiga de Finn! —elevó la voz para que pudiese oírlo y lo único en lo que encontré significado en esa frase fue en el nombre de él.

—Hola, Wyatt —farfullé, sentándome en una de las sillas al borde de la barra.

—¿Te sirvo algo?

—¿Qué tienes para perder la conciencia? —pregunté y él río.

—Creí que no tomabas alcohol.

—Solo dame algo que me sirva para olvidar —ordené, frustrada.

—Subito —dijo, alzando las cejas y luego me dio la espalda para recopilar varias botellas del estante.

La música me atronaba en los oídos y el dolor cada vez más me inundaba el pecho. Había estado por tanto tiempo esforzándome por proteger a Sadie de patanes, engaños y ese tipo de cosas desde lo que pasó con Caleb; de su confianza y eso me dolía mucho más de lo que podía llegar a imaginar.

Irme, insistía con eso porque era la mejor opción, pero... deja de ver a Finn me costaría mucho.

Wyatt me puso delante mi un pequeño vasito y luego me sonrió.

—Salud —dijo, con ese acento italiano inconfundible.

Sin contar los chocolates envinados, jamás había pasado por mi boca el sabor a licor, y aquél líquido transparente que reposaba en el pequeño vaso de vidrio me seguía pareciendo igual de repugnante que la primera vez que supe de su existencia. Pero en esta ocasión necesitaba aquel embriagante líquido para que borrara parte de mi memoria, o al menos, para que el insoportable dolor disminuyera.

Tomé el vaso pequeño entre mis dedos y al alzarlo lo miré con repugnancia y asco, pero cerré los ojos y lo dirigí a mi boca dejando que el olor me hiciera cosquillas en la nariz y que el líquido bajara por mi garganta, raspándola enseguida de que hizo contacto. Derramé todo el licor dentro de mi boca y la garganta me ardió como si tuviera una flama viva dentro.
Abrí la boca e inhale profundo, tratando de aquel aire fresco entrara y aplacara el fuego. Una fuerte punzada de dolor acribilló el lado izquierdo de mi cráneo y una que otra neurona explotó. Entonces sentí el licor tocar mi estómago y como éste se revolvió dos segundos después; una presión allí dentro hizo que casi devolviera lo que había tomado. Cerré los ojos con fuerzas y me llevé las manos a la boca, sólo por si acaso.

—¿Estás bien? —preguntó Wyatt detrás de la barra.

Hice que el fuego en mi garganta se calmara un poco cuando volví a abrir la boca para inhalar aire y luego abrí los ojos y lo miré.

Me observaba preocupado mientras limpiaba un tarro de cerveza con un trapo.

Finn aun seguía presente en mi mente y el dolor era aun perceptible.

—Sí —contesté, con la voz repentinamente ronca —Sírveme otro —ordené.

—¿Segura? —preguntó, un poco receloso.

𝐄𝐥 𝐦𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐨 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | Fillie | PausadaWhere stories live. Discover now