Capítulo XIX

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*Astrid*

Encontraron su cuerpo quemado en medio del bosque rodeado de madera igualmente quemada y desecha.

De una noche a otra he quedado huérfana.

La muerte de mi padre no parece real, no se siente real. Lo tengo frente a mí dentro de su ataúd y simplemente estoy esperando a que salga de él riendo y diciendo que era una broma. Siempre las hacía. Incluso cuando ya no era una niña, estaba casada y con un hijo, no perdía el sentido del humor y me jugaba bromas.

Ricardo se reía a carcajadas cada que su abuelo nos jugaba una broma... es tan solo un niño, no sabe lo que está pasando, no entiende que no va a volver a ver a su abuelo. Ni siquiera yo puedo terminar de asimilarlo.

-Astrid. –Dante toca mi hombro devolviéndome a la vida real- Es hora.

Tomo la mano de mi hijo y subimos a la carrosa seguidos por Dante.

-¿A dónde vamos, mami?

Quiero contestarle, pero no puedo. ¿Qué le diría?

Seguimos avanzando con todos los demás invitados detrás de nosotros. Los de la realeza en sus carruajes y los demás a pie. No me armo de coraje para voltearlos a ver, todos me miran de la misma manera, lástima y es lo menos que necesito ahora.

Miro a mi alrededor, por la ventana de la carrosa, y hay unas cuantas personas llorando, me enoja, ellas no lo conocían y sus lágrimas salen de sus ojos como si en verdad les doliera verlo partir. Yo misma no me puedo permitirme llorar, al menos no enfrente de mi hijo, no comprende lo que está pasando y el verme con lágrimas en mis ojos solo lograría confundirlo más, incluso asustarlo.

Dante nota mi desconcierto y toma mi mano dando un pequeño apretón, tratando de apoyarme, lo miro a los ojos y sé que a él también le duele la muerte de mi padre. Durante los años, ellos aprendieron a convivir y con el tiempo, incluso, se volvieron buenos amigos.

Si Dante tenía un problema con el reinado, acudía con mi padre para que lo aconsejara y pudiera tomar la mejor decisión.

Llegamos al Cementerio de la Realeza, básicamente es como cualquier otro cementerio, excepto que en este se encuentran generaciones y generaciones de antiguos reyes, reinas, príncipes y princesas.

Bajamos del carruaje y entre la multitud me reconforta ver un rostro familia, Nicholas está aquí...

A diferencia de los demás, no me mira con lástima, simplemente con su mirada me dice que va a estar ahí para mí en todo momento. Agradezco de todo corazón que este aquí, lo necesito.

El sacerdote, sepulta a mi padre y cuando la tierra empieza a caer sobre su ataúd es cuando verdaderamente me doy cuenta de que no lo voy a volver a ver, ni hablar con él hasta altas horas de la mañana, ni verlo corriendo detrás de Ricardo siendo más feliz que nunca.

No soporto un segundo más y me rompo. Rompo en llanto como nunca antes lo había hecho, las lágrimas salen descontroladas y me falta la respiración, mis piernas me fallan haciendo que caiga de rodillas sobre el césped cubierto de nieve.

Nicholas viene corriendo hacia mí, preocupado. Se inca a mi lado abrazándome con fuerza y yo hago lo mismo.

-Lleve a Ricardo al carruaje. –sugiere Nicholas a Dante.

Y es lo que hace, lo carga entre sus brazos llevándolo al carruaje lo antes posible. A lo lejos puedo escuchar su pequeña voz llena de tristeza y preocupación.

-¿Qué le pasa a mamá?

-Todo va a estar bien, hijo.

Las demás personas suben nuevamente a sus carruajes y se alejan. Nicholas me ayuda a ponerme de pie sin parar de llorar. Sollozo con todas mis fuerzas escondiendo mi cara en el cuello de Nicholas. Él acaricia mi cabello con una mano y con la otra me sujeta con fuerza impidiendo que vuelva a caer.

Subimos al carruaje en el que él vino mientras que Dante y Ricardo vuelven al castillo.

-¿Qué voy a hacer sin él? ¡Tenía mucho por vivir!

-Vas a estar bien... yo me aseguraré de eso.

Mi LegadoWhere stories live. Discover now