ACÁMBARO

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Que no era dulcito de coco, pero sí de sandía. Que el mandarino en el patio de la casa de las tías quedaba más en mis dedos que en la sonrisa. Que mi blusa blanca y la tierra combinaban bien en las tardes de primavera. Aún recuerdo las galletas de mantequilla, los polvorones con canela, los zapatos, las artesanías, los colores, los caballos, a Zapata y a Hidalgo en la esquina, la Iglesia que maula se posa en la ciudad olvidada; mi padre, a pasos rápidos y nostálgicos, danzando en el kiosco; mi madre, con el azul de sus ojos, combinando las nubes; yo, que con helado y ritmo me movía por las calles esperando inspiración. Este escrito, que sale del ciclo que traen las ganas por llevar el pasado al futuro, pues se moja el papel con la lluvia de una nueva estación, porque extrañar es una temporada. Que con cada puerta que abro sólo queda apreciar el camino... no hay destino que poetizar con tantos errores. Ojalá traer de vuelta las flores atrás del hotel, el sabor de esa sopa, el cloro de la alberca, la seguridad del bikini que una niña modeló frente al reflejo natural. Ojalá poder conservar sus cachetes regordetes y su altura lamentable, que mucho lamenta despreciar. Ojalá que crezca para bien... ojalá.

Ojalá volver a la inocencia, y disfrutar una vez más los ojitos de la abuela, y correr con los primos, y perseguir mariposas, atrapar sueños frescos, construir metáforas, escribir con el viento de mi ciudad olvidada. Queridísimo dulcito de sandía, cómo extraño los días de libertad.

CRISISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora