KINTSUGI

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No hubo momento exacto en el que partir fuera definitivo; mi vida había sido siempre el prólogo, pero por fin di un pasito más hacia el cielo. Hubo un cosquilleo en la parte trasera de mi cabeza, un gruñido en la parte baja de mi garganta, un dolor húmedo en las bolsas de mis ojos, que por fin explotaron y apaciguaron el fuego; que me indicaron que era momento de dejarme ir. Dejarme, porque sabía que reconocer mi agarre es el primer paso para aprender a quererse a uno mismo: hacerse responsable. No hubo momento exacto en el que estuviera consciente de que mis pies estaban bloqueando su propio paso, ni de que mis manos fueran las que permanecían pasivas en la espalda y se amarraban al miedo, porque siempre lo supe; fue una especie de realización obvia y un retorno al mismo conflicto de siempre: atreverme. Atreverme a observar sin desviar la mirada, o a bailar entre las notas sin parar antes del coro, a cantar los adornos sin arrancarme estas flores que le temen a la lluvia. Temer... cuántas veces he escrito estas palabras con diferentes letras, soñando con salir, esperanzada por un amor que vino y se fue y, por eso, se quedó. No quiero volver a esperar por tocar fondo cuando tengo el cielo en la punta de mi lengua, y un paraíso hermoso en mi pluma, y gracia en todos mis kilos demás. No quiero esconderme más, porque vida no me sobra, y me faltan mil errores para escribir historias.
¡A volar todos los silencios! Como liberar mariposas que parpadeaban dentro de mi pecho. Que inalcanzable sea la ausencia: he dicho.

CRISISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora