CLÍMAX

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Ese día me llevó por una odisea de lecciones que me harían comprender la incógnita del destino y la desmoralización de la víctima joven. Tristemente observé que hay lágrimas que provocamos sin saber y que no podemos limpiar, porque son inherentes a nuestra naturaleza y necesarias para la apreciación de la cordura y la felicidad. He visto dos tipos de esperanza surcar los ojos de quien reza por un comienzo y un final al mismo tiempo; he visto manos sujetar el aire y pies arrastrarse en la arena sin sentir realmente la brisa veraniega, y lastimosamente he sentido igualmente su pena al reír nostálgica a las tres de la mañana sentada en el balcón de un hotel de dos estrellas. Extraño el carmesí de un atardecer en mi hogar y que las grietas que hoy me adornan fueran por romper a risas. Extraño romantizar mi existencia. Ese día recordé por qué es tan trágico perder la fe en las personas y en lo sobrenatural, así como ya no creer que están ligadas en un plano puro y generoso. Ese día me llevó por las calles de una ciudad inacabada y llena de individuos tan apegados a las masas que han perdido una propia dirección. Estos individuos revolucionarios y sin causa o circunstancia que les brinde la sabiduría de la prudencia y la tolerancia, exageran sus acciones y sus bailes se vuelven pesados para el suelo en el que se plantan. Tuve un espejo que me enfrentó contra mi insuficiencia y olvidé cómo sonreírle a quien te quiere de verdad y espera que te quieras, y entonces me di cuenta de que muchos le huyen a su propio reflejo. Comprendí esta decadencia. Me acongojé en este insufrible presente, que se parece cada vez más a un pasado extremista y acorta el futuro con tal de darle un valor incomparable a la nueva generación. Conocí el odio de quien se siente vacío, la potencia del que ha limitado la velocidad de sus latidos, el grito de quien atoró sus melodías en otras gargantas con tal de permanecer en la historia. Leí las letras de los cobardes, aquellos que temen por ser señalados como inútiles por quienes se los dicen a diario. Todos mueren por sobrevivir un prejuicio más. Ese día me llevó por una odisea de lecciones, en la que comprendí la validez del eterno retorno y la estupidez de tropezar con la misma piedra; le temí al decaimiento de los corazones y a la ignorancia de los líderes; me lamenté por el asesinato de la tierra y por la sequía. Rogué por el apoyo del viejo de la esquina y por el respeto de los niños a las leyes fundamentales; quise cambiar al mundo...

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