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Cinco.

Luna caminó con rapidez y como pudo hasta donde se encontraban todos. En el recorrido, con sus manos temblorosas quitaba las lágrimas que corrían por sus mejillas, con la chamarra secaba (o eso intentaba) sus ojos con cuidado de no correr el maquillaje que su prima le había colocado. Tampoco quería dar sospechas de que había llorado.

Aunque eso era difícil. Ella, como sus ojos son verdes, a la hora de llorar éstos se aclaraban de un color espectacular y como su piel no es del todo bronceada, si no blanca, sus mejillas se ponían un poco coloradas al igual que sus ojos, sus labios se hinchaban. Era algo que ella no controlaba y no podía hacerlo por más que quisiera.

Se escondió tras la puerta antes de salir y con sus manos tomó las mangas de la chamarra llevándolas a sus cachetes. Suspiró varias veces antes de salir y forzar una pequeña sonrisa.

Todos se encontraban en el centro así que se dirigió hasta ahí abrazándose a si misma. Ámbar, quien estaba al lado de Simón y él cargando a Alex, miró con una sonrisa a su prima esperando a que le contara todo, pero después la borró al verla mirar el cielo pasando "disimuladamente" sus dedos por su mejilla derecha.

Frunció su ceño sin dejar de mirarla. Simón de la nada comenzó a hablar, le hizo una pregunta a la madre de su hijo y ella ni en cuenta. La miró y sonrió confundido.

—¿Qué sucede, bonita? —rió entre dientes. Ámbar le dio una rápida mirada antes de devolverla a su prima.

—Luna. —respondió en voz baja para que su abuelo ni nadie escuchara— parece que estuvo llorando. —lo miró preocupada. Simón miró hacia donde está su mejor amiga y se puso serio al ver como parecía estar temblando y queriendo contener un grito.

—¿Pasa algo que yo no sé? —le preguntó. Ámbar apretó sus labios al saber que habló de más. Ahora Simón no le quitaba la mirada de encima.

Ámbar, nerviosa, echó su cabello hacia atrás mirando a otra parte que no sea él.

—Ámbar... —advirtió el mexicano. Alex en sus brazos, comenzó a balbucear. Los dos lo miraron con atención y él pequeño miró fijamente a sus padres, para después reír y aplaudir eufórico. Simón sonrió y besó la frente del pequeño ojiazul.

Ámbar le tendió la mano y el nene agarró dos de sus dedos mirándolos fijamente mientras balbuceaba cosas sin sentido.

—¡Hola familia! —el señor Alfredo llegó en silla de ruedas en compañía de Mónica y Miguel.

Luna se enderezó y sonrió antes de que su madre sospechara, pues no le quitaba tampoco la mirada de encima al igual que Ámbar en un principio.

Mónica miraba atenta a su hija con preocupación, Luna le sonrió lentamente, movió sus labios diciéndole un «Estoy bien, mamá» ganándose una mirada comprensiva de su madre.

—Hoy, les tengo una sorpresa que, bueno, me costó un poco conseguir pero lo hice, un Benson no se rinde tan fácil, eh. —aclaró, riendo. Eso hizo sonreír de manera sincera a Luna— Esto es para mis hermosas nietas, —Luna miró confundida a Ámbar y viceversa. Una mano rodeando su muñeca con suavidad la hizo tensarse, se apartó del agarre Matteo escondiendo sus brazos bajo su pecho. Escuchó el suspiro de él pero lo ignoró por completo— y para ustedes dos también, chicos. —sonrió Alfredo. Matteo tanto Simón y las chicas estaban muy confundidas.

—¿Qué hiciste, abuelo? —ladeó la cabeza, Luna.

A Alfredo nunca se le quitó la gran sonrisa de su rostro y Mónica y Miguel sonreían mientras estaban tomados de las manos mirando a los cuatro chicos.

Reencuentro; soy lunaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz