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Ocho.

A la mañana siguiente, todo estaba de maravilla. Luna aún seguía durmiendo junto a Matteo, ambos abrazados después de lo que había sucedido el día anterior.

En cambio, Ámbar y Simón, ellos se encontraban desvelados por culpa de Alex, no paraba de llorar en la madrugada y cuando su madre iba por él, quería jugar. Eso era. Sólo quería la atención de sus padres en él.

—Definitivamente te pareces a tu madre, hijo. —le dijo Simón medio adormilado. La rubia a su lado lo fulminó con la mirada aventándole un osito azul de felpa de su hijo a la cabeza.

El niño sólo rió haciendo el intento de aplaudir con sus dedos en su boca. Alex tenía muchas energías, era todo. Dormía en la tarde y se quedaba despierto en la noche.

Simón llegó a pensar que lo hacía adrede. Pero descartó la idea, pues sólo era un bebé de casi dos años.

Jazmín y Noah habían salido a dar un paseo por ahí y aprovecharon para desayunar afuera. Nina se encontraba mensajeando con Gastón, tres habitaciones los separaban gracias a sus amigos que seguían roncando como su aun fuese de noche. Delfina y Pedro, al igual que Jazmín y su prometido, habían salido a desayunar a un pequeño y fino restaurante.

Alfredo paseaba por la sala en su silla de ruedas, se puso nostálgico cuando encontró en uno de los cajones del buró que había ahí mismo, una foto de él, su difunta esposa y sus dos hijas, también fallecidas. Todos conocemos la historia de Lily, no hace falta volver a repetirla toda, más que falleció en aquel incendio hace mucho tiempo. Y Sharon, su ceguera la había dañado tanto, estaba devastada, lo único por lo que vivía era por Ámbar, quería demostrarle cuán arrepentida estaba de todo el daño que le causó. Lamentablemente falleció tiempo después. Todos apoyaron a la rubia y a el señor Alfredo en la partida de Sharon. A ellos les caló su partida más que a los demás, pues no habían tratado mucho con ella.

Sólo quedaba él, y sentía que estaba a punto de acompañarlas y verlas a las tres muy pronto.

—¿Abuelo? —la dulce voz de Luna lo hizo mirarla. Vestía un vestido blanco de manga hasta sus codos, su cabello recogido en una coleta dejando mechones de su cabello rubio castaño a los lados de su rostro. Parecía un ángel. Era idéntica a Lily. Le sonrió muy apenas, preocupándola— ¿Te pasa algo? —se encamina a él haciendo sonar sus tacones color piel. Miró lo que su abuelo llevaba en sus manos y sonrió triste— Las extrañas mucho, ¿verdad?

Alfredo suspiró volviendo a mirar la fotografía en sus manos.

—Demasiado. Mucho. Creo, creo que en mi tiempo como padre no lo hice como se debía y, por eso pasó todo esto. —Luna frunció sus cejas al escuchar eso se sentó frente a él en el sillón y lo miró negando.

—No, no abuelo, no digas eso. Mira... las cosas pasan por algo, no te pongas así que te hará mal, por favor. —pidió, juntó sus manos mirándolo.

—Mi Luna, yo ya estoy viejo. Mírame, estoy en una silla de ruedas. Dentro de poco las veré a ellas tres y así podré pedirles perdón por todo. —Luna negó rápidamente.

—Es que no tienes que decir eso. ¡Al contrario! Yo sé que ellas deben de estar orgullosas de ti, mantuviste a esta familia, abuelo. No te rindas. —para Luna, era complicado ver a su abuelo de esta forma. Parecía decaído, nunca lo había visto así. Se acercó tomando las manos de su abuelo brindándole una sonrisa— Recuerda que Ámbar también te necesita. Yo. Alex. Mamá y papá. Simón y Matteo te adoran demasiado y tú lo sabes, abuelo. Para todos y cada uno de nosotros eres especial y te amamos de alguna manera.

—Bueno, y yo los aprecio mucho, eh. Me hacen muy felices a mis nietas, les debo mucho. —Luna sonrió con ganas de echarse a llorar, y dio un apretón suave a sus manos.

Reencuentro; soy lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora