Prólogo.

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El despertador del móvil sonó a la misma hora que lo hacía siempre, las 6:45, pero a mí me pilló por sorpresa. Sentía que no había dormido nada, a pesar de haber completado unas buenas y sanas ocho horas. En la cama de al lado, Marina, mi hermana pequeña, suspiró y se puso en marcha. "Un ratito más" pensé, arrebujándome con la colcha.

-Alba, que vas a llegar tarde -me advirtió mi madre, pasados cinco minutos. Siempre venía a ver si nos habíamos despertado a tiempo y a darnos un beso antes de irse al trabajo. Me levanté de la cama, la abracé y me dio un beso en la mejilla. - Os he dejado dinero para el recreo sobre la mesa, volveré para la hora de comer. Portaos bien, os quiero.

-Y nosotras a ti, mamá -sonreí, viéndola bajar por las escaleras. Cuando escuché el clic de la puerta de la entrada, volví al cuarto que compartía con Marina y abrí el armario, rebuscando entre toda mi ropa.

 Acabé eligiendo un jersey amarillo que me quedaba algo grande y unos vaqueros claritos y rasgados por las rodillas. Me calcé mis zapatillas blancas, asegurándome de llevar los calcetines parejos antes, y fui al baño a maquillarme. Marina lo había dejado todo impoluto y se lo agradecí mentalmente, porque hoy no me apetecía mucho discutir con ella sobre la importancia de dejar el lavabo limpio. Me hice la raya del ojo como mi mejor amiga María me enseñó y me peiné un poco. El pelo, blanco y decolorado, me llegaba por los hombros. Como anoche me duché y me dormí con el pelo mojado, ahora forma suaves ondas. Me gusta mucho, aunque no las raíces que me están saliendo. Suspiro, tendré que volver a pasar por la peluquería pronto. Cogí el cacao de labios del primer cajón de la izquierda, me eché un poco de perfume y bajé a desayunar.

-Te he dejado el colacao en el microondas -me indicó Marina, masticando su tostada con nocilla.

-Gracias peque -sonreí, dándole un besito en la cabeza.

Mi hermana y yo no nos llevamos mucho, dos años y medio, pero en el ámbito académico cuentan como tres. Por eso, yo estoy en segundo de bachillerato y ella en tercero de la ESO. A pesar de tener quince años, Marina es mucho más madura que algunas chicas de mi edad, diecisiete.

Saco la taza del microondas con cuidado, porque quema un poco, y una cuchara en el cajón de los cubiertos con la que remover los posos. Es mi taza favorita, en parte porque tiene un gato dibujado y en otra parte porque me la regaló mi padre.

Soplo antes de dar un trago y miro el reloj de la cocina. Marca las 7:20 de la mañana. Como aún tengo 10 minutos y la mochila la preparé la noche anterior, me tomo mi tiempo para desayunar. 

El timbre suena y mi hermana pasa por mi lado para dejar los platos del desayuno en el lavavajillas. Le doy un suave besito en la cabeza.

-A la salida te recojo, ¿vale? ¿Llevas el móvil? -pregunto, mientras ella se aleja a abrir. Saca el teléfono del bolsillo de su chaqueta y me lo enseña. -¡Hasta luego, y no te olvides del dinero del almuerzo!

-¡Tranquila, que no! ¡Nos vemos luego, te quiero! -me dice, cerrando la puerta. Sus amigas vienen todos los días a buscarla para ir a clase en grupo y a la salida la recojo yo, porque me pilla de camino. Un vistazo rápido al reloj hace que me ponga en marcha con urgencia. Enjuago la taza, la pongo en la rejilla y subo a coger mi mochila. Mi perro, Nico, se levanta del sofá con pesadez y me sigue hasta la habitación. Mi madre es la encargada de sacarlo por las mañanas, así que no me preocupo por que se haga nada dentro. Se sube a mi cama y me observa, a través del espejo. Levanto la mochila, me la cuelgo a la espalda y me aseguro de tenerlo todo: el monedero, las llaves, dinero y cacao de labios. Lista para salir. 

Le hago una caricia a Nico y me despido con un "¡Nos vemos luego, cachorro!" antes de precipitarme al piso de abajo y salir por la puerta. Aviso por el móvil a mi mejor amiga, María, de que ya estoy en marcha. Ella vive al lado del instituto y, por la última conexión, deduzco que sigue dormida y que hoy llegará tarde. Qué mujer.

In Art We Trust || albaliaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora