Capítulo 22. Despertar con ella.

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Las yemas de mis dedos patinaban cuidadosamente por la superficie de su espalda desnuda. De la nuca a la zona lumbar y vuelta a empezar, siempre ajustándome a la métrica que dictaban sus concavidades y disminuyendo la velocidad en sus lunares para intentar grabarme en la piel el relieve incluso de aquellos más pequeños que una mota de polvo. Era un deslizamiento vago y sutil. Quería tocarla, pero no interrumpir su sueño.

Estaba desvestida, tan solo cubierta por una sábana que le llegaba a la cintura, y tumbada boca abajo, con el cuello girado hacia la dirección contraria a mi lado de la cama, de manera que no podía verle el rostro. Había estirado los brazos hacia el cabecero y enterraba las manos bajo la almohada en la que yacía su cabeza.

El tono níveo de su cuerpo resaltaba aún más cuando reposaba sobre las telas blancas impolutas del hotel. En la zona en la que espalda y cuello se fusionan, entre mechones de pelo rubio, se adivinaba el diseño de un tatuaje que hasta esa noche había sido desconocido para mí. Letras, seguramente árabes, dibujadas de manera vertical en un tono oscuro, aunque desgastado por el paso del tiempo.

Aquella situación, tan calmada y despejada de cualquier desorden, me permitía apreciar la tenue contracción y dilatación de sus costillas al llenar y vaciar los pulmones de aire. Si no fuera por ese movimiento podría afirmar que se había detenido el tiempo en la habitación, que el mundo había dejado de girar y que ni el viento se atrevería a molestarnos.

Esa noche fue la inesperada recompensa perfecta a los dos meses de idas y venidas entre nosotras, y llegó cuando había perdido la fe en que pudiéramos volvernos a mirar a los ojos sin salpicarnos de reproches y cobardías. Ahora que la tenía descansando a mi lado entendía que no todos los deseos se piden al soplar las velas o al tragar una uva, sino que pueden sorprenderte sin ni siquiera haber sido demandados. Como poner el aleatorio de Spotify y descubrir una canción que te va a acompañar durante el resto de tu vida.

- ¿Cuánto más vas a fingir que estás dormida para que no deje de hacerte cosquillitas en la espalda? – Murmuré con un ínfimo tono de voz acercándome a su oreja y provocando en ella un pequeño estremecimiento al sentir mi respiración filtrándose entre sus cabellos.

- El tiempo que haga falta.

Inhaló una enorme cantidad de aire y la expulsó de un soplido. Después, se subió la sábana hasta el cuello para poder girarse hacia mí ocultándome ciertas zonas concretas de su cuerpo. El pelo le estorbaba en el rostro y se lo aparté con los mismos dedos que antes surcaban su figura. Sus ojos permanecían cerrados, pero en los labios esbozaba una tímida sonrisa que iluminaba la sala más de lo que lo hacían los rayos de sol que se colaban por la persiana a medio bajar.

- Eres consciente de que ya te he visto desnuda, ¿verdad?

- En una situación diferente. – Matizó. Uno de sus ojos se entreabrió unos milímetros para observarme y, en cuanto se dio cuenta de que yo no me había preocupado por esconderle mi cuerpo libre de ropas, lo cerró de nuevo y se echó a reír.

- ¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? – Bromeé con sorna. – El cuerpo es algo natural. Más bonito o más feo, todos lo tenemos. Y el tuyo en concreto es increíble, no deberías ocultármelo ni a mí ni a nadie.

- Lecciones morales desde por la mañana no, por favor. – Se cubrió la cara con las sábanas para evitarme. – No todo el mundo tiene una mentalidad tan abierta como la tuya.

- Me la suda todo el mundo. – Añadí elevando el tono de voz. Apoyé sobre el colchón mi codo y en la palma de la mano mi cabeza. – Si fuera por mí enseñaría las tetas en pleno directo. – Soltó una carcajada nada más escucharme decir aquello.

- Lo peor es que es verdad. – Poco a poco, aprovechando que no podía verme, me acerqué a su rostro. Cuando estaba tan cerca como creí necesario, arrastré rápidamente la tela hacia abajo para descubrirle la cara.

Obstáculos - María y Vicky.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora