Capítulo 23. Inconvenientes de una fiesta.

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- ¿Qué tal la vuelta a la realidad? – Me dejé caer de espaldas en la cama, de manera que las piernas quedaron colgando en la parte opuesta al cabecero. Despegué el teléfono de mi oreja y activé el altavoz para poder hablar mientras estiraba mi cuerpo, desde los dedos de las manos hasta los de los pies.

- Agotadora. – Respondí reflejando en la voz mi cansancio. Me descalcé impulsando los talones con las suelas y las zapatillas volaron aleatoriamente hasta impactar con el suelo de madera. – No sé a cuántas entrevistas he ido en solo dos días. He respondido a las mismas preguntas mil veces.

- ¿Tan mal llevas la fama? – Bromeó.

- Lo que llevo mal es que son las once de la noche y todavía no he cenado. – Cogí el móvil de nuevo y abrí una aplicación para pedir algo grasiento y poco saludable de comida. Pizza o hamburguesa era mi mayor dilema. - ¿Y qué tal tu día?

- Como todos los viernes en la academia.

- Seguro que más aburrido ahora que no estoy yo para acorralarte en un baño o acecharte por los pasillos. – Aunque no le vi el rostro, supe que sonrió al otro lado de la línea telefónica. No sé si había mejorado mis dotes de canto en los últimos meses, pero sí me había sacado un máster en intuir sus reacciones.

- No sé si el término sería aburrida o tranquila.

- Date dos días y me estarás echando de menos.

Silencio. Cómoda desaparición de palabras y presencia de apaciguadas respiraciones. A lo mejor no me echaba de menos nunca, pero decírselo haría que al menos se lo planteara. Además, fue ella la que propuso que la llamara por teléfono esa noche. Era la primera vez que escuchaba su voz desde que salí del programa, aunque habíamos mantenido varias conversaciones a través de mensajes, todas las que nos permitían nuestras ocupadas vidas.

Cuando me dijeron que los días fuera serían más ajetreados que dentro de la academia me lo tomé a broma, pero al sentirlo en mi propio y molido cuerpo me di cuenta de que era una enorme verdad. Esa mañana un coche me había recogido a las ocho en la puerta de mi casa para llevarme a un edificio en el que me esperaban varios entrevistadores de distintas revistas digitales. Pasé horas respondiendo a preguntas y, en los mejores casos, participando en algún que otro reto. Después, comí apresuradamente con mis padres, quienes se habían empeñado en acompañarme en el ajetreado día y, por la tarde, se sucedieron más entrevistas con medios de televisión y de radio.

Sin embargo, a pesar de que pudiera parecer agobiada y me quejase con los más cercanos a mí, estaba encantada con todo el bullicio y los focos que me habían recibido. El programa había conseguido algo que muy probablemente no habríamos logrado nunca de estar en otras circunstancias: relevancia. Ya fuera porque me querían o porque me odiaban, mi nombre estaba en los titulares y la gente me pedía fotografías por la calle. Querían escucharme cantar, que era mi vía de escape en la vida, pero también había quienes se calaron de mi peculiar forma de ser, y eso era algo que compensaba todas las preguntas repetitivas y las mil cámaras por cada movimiento que hiciera.

- Oye... - Pronunció dubitativa Vicky al otro lado del teléfono. - ¿Tu madre dijo algo?

- ¿Algo de qué?

- Sobre nosotras. – Especificó. – Te recuerdo que nos pilló en la cama desnudas.

- Ah, sí. – Afirmé, girando sobre mí misma y apoyando los codos sobre el colchón. El móvil quedaba justo bajo mi barbilla, encima de la sábana roja. – Se enfadó. Dijo que hubiera preferido que estuviera con Natalia y que te imaginaba más profesional.

- Joder, María. Lo sabía. - Gélido silencio de varios segundos que se vio interrumpido por un brote de risa que salió despedido desde mi interior.

Obstáculos - María y Vicky.Where stories live. Discover now