Verde indeterminado - Chloe K. Jones

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Las luces danzaban al mismo ritmo del sonido retumbante y rompedor que salía de los altavoces

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Las luces danzaban al mismo ritmo del sonido retumbante y rompedor que salía de los altavoces. Lauren observó cómo todo desaparecía y aparecía en un instante, como ráfagas de flash tratando de inmortalizar los momentos que nunca volverían a existir. Recorrió con la mirada cada recoveco de aquella discoteca, como si allí pudiera encontrar la respuesta a sus dudas existenciales. Pero solo vio a personas vacías, como zombies, como robots absurdos tratando de seguir las leyes de Isaac Asimov.

Nada nuevo.

Se hizo hueco entre la gente hasta la zona donde estaban sus amigos, una meta demasiado lejana, que era interrumpida constantemente por algunos que querían que se quedara. Los ojos de aquellos, llenos de deseo, de lujuria, con una simpatía que solo escondía un propósito final demasiado evidente.

Los ignoró a todos.

Sintió como si una aguja se le clavara en su sombra. Se paró cerca de las escaleras, hasta que vio brillar unos ojos verdes, como sacados de una obra excéntrica de ciencia ficción, donde hubieran descrito el color de piel de algún ser de otro planeta.

Sus ojos conectaron a los de ella una ráfaga de luz después. Y después de la oscuridad, el fulgor verde permaneció en ese chico misterioso, con chaqueta de cuero y pinchos como cabellos. Sin saber por qué, desvió su senda para ir hacía él, como si ese fuera la carga positiva y ella la negativa. Y cuando estuvo a punto de alcanzarlo, justo en el décimo quinto relámpago de luz, él se esfumó como si fuera vapor.

—¡Lauren! —Oyó cómo su amiga la llamó entre la música electrónica, repetitiva—. ¿Adónde ibas?

La llevó con el resto para bailar en círculo, un acto social que Lauren no entendía; siempre prefería bailar sola, a la vista de todos, a la vista de nadie.

Sus ojos se iban lejos, más allá de las cabezas que se movían sin parar. Le pareció, por un instante, ver el cuero negro entrar en medio de la pista; se arriesgó y, sin decir nada, se encaminó en la misma dirección donde creía que podría estar.

¿Qué eran esos ojos verdes marinos, que luego de una ola del mar, se convertían en hierba?

Lo consiguió y se lo encontró danzando ajeno a todos, como si fuera invisible, como si nadie pudiera verlo. Se acercó hasta él y se colocó delante, rozando la vibración de cada rítmico movimiento.

Ahora sus ojos parecían dos luciérnagas en un campo de Japón.

Se movió al ritmo de la música llenando su alma. Tras dos instantes de luz, el chico le sonrió por primera vez. Lauren no pudo reaccionar.

Las luces cambiaron y fueron más deprisa, pero solo un instante. Su mano se elevó y, a través de la manga de su chaqueta, Lauren pudo ver que tenía un tatuaje de una tarántula. Notó cómo sus dedos acariciaron su rostro con lentitud, como si su piel estuviera cuarteada y quisiera palpar cada surco. Lauren lo miró a los ojos, que ahora eran verdes lago.

Oscuros y profundos.

Luego, tras raudos parpadeos blancos, se acercó a ella y un beso frío, cálido, se topó con sus labios. Ella pasó la mano por su nuca, notando sus huesos huecos. Fuego y hielo en una misma copa, como si alguien hubiera inventado una extraña bebida que no podía ser probada, prohibida.

Y ahora estaba en sus labios y en su lengua.

Él se apartó y le sonrió por última vez.

Con la última ráfaga, lo vio de espaldas, alejarse de allí, como si nada hubiera existido.

Se quedó unos instantes parada, sin la capacidad de poder moverse, como si ya no tuviera libre albedrío.

Cuando terminó la canción, acoplada a la siguiente, reaccionó y se puso a caminar en su dirección para seguir su rastro, porque lo tenía que volver a probar. Se apartó con fuerza de los demás, ni se molestó en mantener la mirada con ninguno.

Se dirigió hasta la parte de atrás, a la salida de emergencias. La música se apaciguó cuando puso un pie en la calle. El frío de noviembre cubrió sus brazos desnudos, pero no tuvo tiempo de lamentarse por no haber ido a por el abrigo. Miró a su alrededor: el puente de piedra gris recorría aquella poco transitada calzada. Pero a él no lo vio.

—Perdona —le dijo al de seguridad, que estaba postrado recto, como vigilando la muralla de un castillo—. ¿Has visto a un chico salir?

La observó de reojo, molesto por la interrupción:

—No.

Lauren resopló y anduvo unos pasos más a la carretera, para tal vez así tener una visión más amplia.

El silencio de la noche era atronador y el vaivén del arroyo se filtraba en sus oídos. Nadie recorría el lugar a esas horas, debían de ser las dos o las tres, realmente no le importaba.

Solo anhelaba volver a encontrarlo. Volver a besarlo. Volver a sentirlo.

Y vio su figura, encima del borde de piedra que delineaba el río, caminando por las inestables rocas, sin un atisbo de duda ni miedo de caerse.

Corrió lo más rápido que pudo. El viento gélido y húmedo caló en sus huesos. Cuando lo alcanzó, el chico pareció notar su presencia, porque se paró y a los diez segundos le ofreció la mano para que subiera con él.

Su mano estaba extrañamente cálida. Cuando estuvo arriba, sus ojos le parecieron que eran cada vez menos verdes. La volvió a besar, de forma tan profunda, que Lauren no se dio cuenta de que el chico no soltaba vapor por el frío, ni aliento por vivir, ni aire que respirar.

No quería ni podía dejar de sentir ese sabor tan ambiguo. El chico la tomó de la cintura con ternura, suavidad.

Luego la empujó, llevándola a la caída más brutal.

Pero la chica no abrió losojos, y sumida en los labios fríos del chico, del hipnotismo de aquellos ojosde un verde indeterminado, cayó hacia una muerte de agua helada y trazos delapidoso sabor. 

Antología ‹‹Amores de Antaño››Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ