Capitulo 21. Instaurando plazos

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...«La comunicación verdadera...son los avisos debajo de la piel y para eso no hay diccionarios che»... Julio Cortázar.





Jaime abrió las llaves de la ducha sin poder deshacerse de la sonrisa que él mismo calificó de «imbécil» , al recordar las veces que Alma había susurrado su nombre mientras dormía, abrazada a él.

—Tu móvil—dijo su chica apresurada al ingresar de improviso en el cuarto de baño, sosteniendo en alto su teléfono. El cabello oscuro le caía por los hombros y los castaños ojos le brillaban. Lo sorprendió, él había salido de la cama con cuidado para dejarla dormir un poco más y ahora estaba ahí—. Es Carmen —informó insistiendo dejándole ver la pantalla.

Alma no recordó que estaba desnuda, hasta que sintió la caliente mirada de Jaime sobre sus senos para después bajar por la curva de su cintura y estacionarse en el triángulo entre sus piernas.

—No puedo contestar ahora—aseguró él, al tiempo que abría el cancel de la ducha. Alma no pudo evitar echar una ojeada a su hermoso y labrado cuerpo.

—¿Quieres que conteste yo?—preguntó sin saber cómo había encontrado voz.

—Tú tampoco puedes—afirmó rodeando con firmeza su muñeca y quitándole el móvil, para dejarlo reposar sobre un mueble que contenía toallas. Sonrió de lado cuando la descubrió siguiendo embelesada la trayectoría que marcaba en su cuello y hasta el torso las gotas de agua que le chorreaban de la oscura melena.

—¿De verdad? ¿Por qué no puedo?—inquirió enarcando una ceja. Jaime enroscó su brazo en su cintura y la arrastró con él dentro de la ducha. Alma jadeó al sentir su húmedo y resbaladizo cuerpo envolviéndola.

—Porque ahora mismo, estarás ocupada duchándote conmigo—susurró contra sus labios en medio de una sonrisa.

—Como tú digas jefe—ronroneó ella rodeando su cuello con sus delgados brazos. «¡Al carajo la parte lógica!» decidió en su cabeza.

El móvil volvió a vibrar anunciando de nuevo la llamada, pero ninguno atendió.

La boca de Jaime cayó sobre sus labios, reclamándola en un demandante beso. Un mar de sensaciones les recorrieron la piel, ante el jugueteo implacable de su lengua en la de ella. Alma jadeó al encontrarse atrapada entre las lozas de cerámica y el metro ochenta de él, sintiendo su potente erección empujando contra su magro vientre y uno de sus acerados muslos haciendo presión entre los de ella. Alma se afirmó de sus duros hombros. Jaime dejó escapar su aliento entre sus dientes, al sentir la suavidad de los senos de su chica contra la dureza de su torso.

—Me quemas la piel muñeca—declaró perdido en sus ojos.

—Me pasa igual — admitió ella.

Jaime hizo un camino de besos de su cuello hasta sus hombros. Alma se retorció entre sus brazos, en respuesta a los provocativos roces de sus labios en su piel. Cuando sus bocas se encontraron de nuevo, ella no pudo reprimir un gemido que le brotó desde el pecho. Jaime enredó sus largos dedos en su cabello y ella se asió de su melena con la misma impaciencia, respondiendo a su beso con la misma intensidad. «¡Dios eres tan apasionada!» gimió agradecido en sus adentros. Sin dejar de beber de su beso, Jaime buscó su seno y soltó un gruñido de placer al sentir que su pezón se erguía contra su palma.

Se separó un instante de ella, como si tuviera la necesidad de constatar que no la imaginaba. La ducha se había cubierto de vapor, las miradas de ambos estaban empañadas y el deseo de entregarse al otro era una necesidad latente.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora