Capitulo 27. Cuentas por pagar

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...«¡Ah! Más peligro hay en tus ojos que en veinte espadas suyas»... Romeo a Julieta, William Shakespeare.



Jaime Noyola gruñó sonriendo ante la desvergonzada palmada que le propinó su prometida al azotarle el definido trasero.

—Llegaremos tarde — informó ella colocándose por debajo de su hombro y reclamando un espacio entre sus brazos para ajustarle el nudo de la corbata.

Jaime se dejó consentir y apartó tras los delgados hombros de la chica los mechones de espeso cabello que le enmarcaban el rostro. Recorrió con sus marrones ojos los apetecibles y satinados labios, y no quiso escapar de la sonrisa con que lo ató.

Se observaron y ninguno de los dos pudo detener las memorias que se instalaron entre ellos.

Jaime juró que aún la sentía derrumbándose sobre su exhalante pecho, pequeña y confiada entre sus fuertes brazos, mientras él recorría con sus labios su fino cuello y sus delgados hombros, con una necesidad más allá de sí mismo, de mantener el contacto con su piel.

Alma escuchó de nuevo en sus oídos, en todo su ser; las palabras susurrantes y fragmentadas por la entrecortada respiración de su chico, diciendo cuánto la amaba y afirmándola como suya.

—Vamos muñeca, hoy es un día importante para los niños — apremió, aunque le apetecía mucho más regresar a la cama con ella y hacerle el amor de nuevo. Ella dejó escapar un suspiro que lo hizo sonreír al pensar, que ella compartía su deseo por igual.

—¿Los obsequios? —inquirió la joven mientras tecleaba la clave de la alarma.

—Esperando en la camioneta —afirmó él sosteniendo la puerta principal para ella.

—Necesito...

—Me he encargado — interrumpió con un tono de travesura colándose en su voz, y como si él fuera un mago que tuviera la habilidad de sacar un conejo de una chistera, no supo cómo, deslizó hasta sus delgadas y pequeñas manos un termo de café —. Esta vez tiene un toque de vainilla, de nada —concluyó guiñándole un ojo, y cerró tras de sí la puerta.

—Siempre lo tomo sin ningún endulzante — replicó Alma con el ceño fruncido y comenzó a desplazarse hasta el vehículo. Dio un pequeño sorbo a su caliente bebida, y sus castaños ojos se cerraron de placer, detuvo su andar y posó su mano en el hombro de su prometido —. ¡Dios! Está delicioso —exclamó sin empacho —. ¡Casémonos! — dijo seductoramente.

—En mi mente ya lo estamos, solo necesito que tú señales el calendario para que en verdad suceda — afirmó con los ojos brillantes, y llenos de calidez, de pasión, de promesas.

Alma le sonrió enamorada como respuesta. Lentamente y con determinación, ese descarado hombre se había introducido en su corazón, y lo había llenado con su amor hasta derramarlo.

Jaime dejó un suave beso en sus labios y cerró la portezuela. La joven siguió la trayectoria que marcó su chico al rodear el vehículo, y sus castaños ojos se detuvieron por un segundo en la cámara de vigilancia, lo que le provocó que un inoportuno escalofrío.

Minutos más tarde, presidían junto al Capitan la entrega de insignias para sus pupilos.



—Juro dedicarme con: honor, sacrificio, lealtad y disciplina a servir a mi país. Proteger la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, y las leyes que de ella emanen. Honrar el legado de quienes han engrandecido esta profesión y portar con orgullo las insignias que me identifican como un Agente Federal de Inteligencia — declararon en unísono Salva, Carmen y Cayetano.

Nuestro amor al final del tiempo Where stories live. Discover now