Capitulo 22. Tragos de luz

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...«Creo que... los besos con los ojos cerrados son los únicos que cuentan, que las heridas no siempre cierran y que todo el mundo se enamora alguna vez»... Julio Cortázar.





Sentado e inmóvil ante el espléndido piano en una esquina del salón. Los minutos habían transcurrido y él había anulado por completo el ruido sordo a su alrededor de los empleados de servicio, yendo y viniendo. Con el mentón apoyado en su esternón observó las teclas negras y marfiles, alargó su mano y las rozó, descubrió que su sonido no le remitía ningún consuelo. Levantó la vista y sus ojos inexpresivos y fríos lo enfrentaron a sí mismo desde el espejo que colgaba del mueble bar.

Los amantes saben cuál es su lugar. Recargó su antebrazo en el piano y se mesó el cabello, luego, distraído dejó vagar sus hábiles dedos por las notas de «Creep» y aquél hermoso e invaluable Graf* cantó con la misma melancolía que parecía instalada en su interior.

Unos meses antes, pronto un año. Él había tomado su equipaje y abordado un vehículo que lo transportó del Aeropuerto Internacional de Astana hasta el lujoso The St. Regis. Ese atardecer de julio, la capital de Kazajistán lo había recibido con veinte agradables grados de temperatura. Ingresó con paso resuelto al lobby del hotel para refugiarse dentro del lujo y la comodidad que imperaban en el lugar y reclamar su suite.

Mientras seguía al empleado que cargó su equipaje, su mirada siempre esquiva e indiferente a todo, quedó a merced de un par de ojos azules, poderosos, que con un solo aleteo de sus espesas pestañas lo puso de rodillas. Esa rubia era espectacular, aunque no delgada como una modelo, poseía unos pechos llenos y lujuriosas caderas. Vestía con elegancia, pero él no pudo evitar imaginar que disfrutaría adornar la pálida curva de su ombligo con un zafiro, de un azul tan intenso como esos fascinantes ojos de gata. Su imaginación fue más allá y su mano cosquilleó al anhelar sentir  la suave curva de ese apetitoso culo y azotarlo.

Ella le sostuvo la mirada y enseguida la apartó hacia otro punto esquivándolo, pero él reparó en su respiración y nerviosismo. Las puertas del ascensor se cerraban cuando ella volvió un segundo el rostro en su dirección y él correspondió con una sonrisa de anticipación.

«Soluciones para enfrentar el mayor desafío de la humanidad» eso y cualquier otra práctica o término energético dejaron de importarle. El propósito de su viaje había cambiado por un aleteo de pestañas.

Echó mano de sus propias habilidades con la tecnología como siempre hacia cuando algo le era de suma importancia, y en un par de horas había hackeado con éxito la seguridad del hotel y sabía dónde encontrarla, mejor aún tenía la certeza de que estaba sola.

Se reunió con tres de sus empleados de confianza que lo acompañaban y delegó en ellos las responsabilidades del viaje, gestionó las compras de derechos a lo adquirido en la Expo Universal en cuestión de energía y fue por ella.

No había tiempo para la caza y además nunca lo hacia, jamás prometía. Era directo en exponer sus deseos y siempre obtenía lo que demandaba. Ella no fue la excepción. Le permitió disiparse entre sus suaves brazos y sus cálidas piernas, sin que nada les importara excepto el placer mutuo que compartían en cuanto se rozaban la piel.

La última tarde que pasaron juntos, él meditó en qué tal vez pudieran quedar para seguir viéndose cuándo regresarán a México al día siguiente. Tomó de su delicada y elegante mano la copa de Champán que le ofreció y cerró los ojos dejando colgar un poco la cabeza para degustar la bebida. Cuando los abrió de nuevo, el sol entraba de lleno en su habitación, un dolor punzante amenazaba con partirle la cabeza y su empleado de confianza más cercano, corría de un lado a otro apurando al mayordomo para que terminara de empacar y poder largarse al Aeropuerto o perderían el vuelo.

Nuestro amor al final del tiempo Where stories live. Discover now