Capitulo 28. La vida reclama al tiempo

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...«La esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose»... Julio Cortázar.

En los escasos segundos después de que el ascensor abrió sus puertas, y antes de desplazarse hacia el transporte, los chicos observaron admirados el potente giro de las cinco palas del rotor principal de aquel flamante Eurocopter.

Una vez dentro, Noyola, traspasó a la cabina de mando y con una seña le pidió a Carmen se acercara.

—¿Eso es lo que estoy pensando?—inquirió entusiasmada la oficial al señalar la pantalla de cristal líquido frontal.

—Es justo lo que imaginas— asintió—, estos pájaros están equipados con radar y detección infrarroja para facilitar vuelos nocturnos, además de pantallas multifunciones—informó el Comandante—. El piloto se ha sincronizado con tu tablet para ajustar los detalles al plan de vuelo. Esto es el mapa digital del terreno de la casa a donde llevaron a Alma, necesito que les confirmes la ubicación.

—El lugar de dónde provino la señal del teléfono satelital es este—señaló la agente adelantando su mano.

—No hay lugar para equivocaciones, ¿estas segura?—presionó el Comandante.

—Lo estoy—afirmó ella sin titubeos.

—De acuerdo—asintió a la chica, y se volvió hacia los pilotos—. Llegaremos a tiempo, ¿cierto?—demandó preocupado.

—Tenemos vía libre Comandante — confirmó el primer oficial—, con la velocidad de crucero llegaremos enseguida y no sabrán que los golpeó.

—Bien, ¡elévenos entonces!—ordenó.

Tras cerrar la puerta de la cabina y ajustar su cinturón, su dolor y furia los escondió en algún lugar oscuro de su pecho y lo único que dejo ver en su semblante fue: concentración. Revisó y comprobó sus armas una vez más, su sentido de alerta se disparó al máximo nivel.

Minutos después comenzaron el descenso.

—Sean cuidadosos al llegar—recomendó Noyola—Aseguraremos el lugar y neutralizaremos a los hostiles, para que puedan entrar los paramédicos. Nuestra chica es la prioridad—les recordó mientras se deshacía de los cascos, y los chicos imitaron su gesto.

—Esos cabrones iniciaron una guerra al llevársela, al llegar a ellos a ninguno nos temblará la mano—afirmó Cayetano que estaba frente a él.

—Bien, pero Roberto Pérez es mío—rugió antes de saltar del autogiro, encabezando la batida con Salva pegado a su espalda, seguido por Carmen y Cayetano.

El follaje de los árboles se meció con furia debido a los dos rotores de los Caracal*, Noyola, agachó la cabeza en un intento de protegerse de las hojas secas y tierra que se levantaron contra su avance. Dirigió a su equipo en una sincronizada marcha, y en pocos pasos alcanzaron la barda de árboles por la cual ingresaron al predio interior.

—«Cebado» —murmuró por su intercom.

—Te copio «Armado» —respondió el jefe de servicio desde la ambulancia aérea.

—Hay una verja de hierro por la que podrían entrar, requieres de herramienta para librar las cadenas que la resguardan —indicó al paramédico.

—Estamos preparados, enviaré a alguien para que adelante la consigna—afirmó el sujeto.

—Cuento con ello, una vez que aseguremos el lugar deberás recoger al «Cordero» sin demora. «Armado, fuera» — concluyó.

Nuestro amor al final del tiempo Where stories live. Discover now