Capítulo 13

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Estuvieron hablando alrededor de media hora.

Al colgar, Melisa se fue directamente a la cama. Estaba deseando poder dormir durante algunas horas. El día siguiente se lo pasaría casi todo en la cocina. Iba a ser agotador.

A Arturo le seguía costando dormir. Miraba al techo tumbado en el sofá y sonreía como un niño tonto.

Pensaba en aquella chiquilla. Se la imaginaba tumbada a su lado, abrazada a él.

Nunca había tenido ese tipo de fantasías. Ninguna mujer, en toda su vida, le había hecho sentirse así. Ella no había hecho nada, absolutamente nada para hacerle sentir de esa manera, sin embargo, ahí estaba él, pensando en ella contantemente.

Casi podía sentir el roce de su mano sobre su cara, acariciándole y su calor en su piel en el ambiente.

Se preguntaba por qué se sentía de esa manera, por qué se sentía como un adolescente.

Creía sentir su cuerpo tumbado a su lado, haciendo bulto bajo las sábanas. En esos momentos en los que la pensaba cerca, se sentía la persona más afortunada del mundo.

Aquella noche se dejó llevar por su imaginación y durmió feliz.

A la mañana siguiente Miriam le despertó de sopetón. Quería empezar a preparar la cena.

Aquella noche tendrían invitados. Llegarían un par de amigos de Madrid y la esposa de Arturo quería impresionarles.

Ella ya tenía decidido el menú y, costara lo que costara, haría que su marido lo cocinara.

A Arturo le gustaba cocinar y se le daba bastante bien, pero le desagradaba que intentaran obligarle a hacerlo.

Todo tenía que hacerse según su esposa. Él no podía decidir nada sobre el menú. En estas fechas, su esposa lo tenía que tener todo bajo control.

"En fin, dudo mucho que Miriam vaya a hacerlo. Cederé por evitarme otra discusión." Pensó el profesor cansado de tanto problema con su esposa.

Aunque hornearía el pavo aquella tarde para que en la cena estuviera recién hecho, preparó todo lo que pudo por la mañana.

Aquellas fiestas nunca habían sido nada especial para él. No había tenido una familia con la que celebrarlas, por lo que estas fechas no les resultaban agradables. Había muchas cosas que echaba de menos. No tenía recuerdos de haberlas celebrado junto a su familia, por lo que no había nada que rememorar. Esto era justo lo que le hacía tanto añoraba.

Cuando se casó creyó que podría empezar a gustarle. Al fin y al cabo, estaba formando una familia. Pronto tendría niños jugando por todas partes y eso, haría que estas fiestas fueran especiales.

El ruido, las risas. Le hubiera gustado sentir eso en estas fechas.

Pasó una tarde bastante agradable rodeado de amigos. Miriam apenas le prestaba atención y eso le gustaba. Le daba mucha tranquilidad.

Después de que las visitas se marcharan, Arturo y su esposa se sentaron en el salón sin prestar mucha atención al desorden que imperaba en la casa.

_Me ha encantado la celebración de este año. – Dijo Miriam sonriendo. – Ha sido muy divertido volver a reunirse con amigos.

_Si, cada año es el mejor, ¿verdad? – Contestó el profesor con ironía.

Su esposa sabía bien que no le hacían mucha gracia esas festividades y cada año, cada maldito año repetía lo mismo.

Miriam hizo un gesto de desaprobación hacia su marido.

_Tenemos que recoger todo esto, Arturo.

_Yo he cocinado. – Dijo él incorporándose. – Recoger y limpiar todo este desastre te toca a ti, cielito.

El profesor se encerró en la habitación.

Melisa, por el contrario, había pasado una gran noche. No es que les tuviera gran afición a estas fiestas o a las reuniones familiares, pero sí le comportarse como si fuera una niña junto a sus primos.

Comieron y bebieron hasta no poder más, cosa muy típica en casa de Jacinta, que no permitía que nadie se levantara de la mesa sin que se le saltaran los botones de los pantalones.

El reloj de la joven escritora marcaba las dos de la mañana cuando decidió ir volver a casa. Había bebido de más y empezaba a sentirse un poco mareada. La fiesta, para ella, ya había terminado.

Se cambió y se metió directamente en la cama. No se entretuvo ni a quitarse el maquillaje.

Sin saber cómo terminó marcando en él teléfono el número de Arturo. No es que creyera que iba a estar despierto, simplemente no pensó en ello.

_Buenas noches. – Dijo el profesor sentándose al borde de la cama. – Te creía en de fiesta aún.

_No. No sé por qué te he llamado. – Empezó a reírse sin motivo. Estaba claro que el alcohol estaba haciéndole efecto. – Ya es muy tarde. Supongo que habré despertado a Miriam y seguro que tienes pelea por culpa de mi llamada.

_Ella no está conmigo. Parece que has bebido mucho.

_Si. Me lo... Me lo he pasado muy bien. ¿Sabes una cosa? – Arturo permaneció en silencio a espera de una respuesta que sabía que vendría de ella. – Te quiero mucho "profe". Mucho, mucho.

Él se sonrojó. No pudo evitar sonreír, sentirse más feliz que un niño en una tienda de caramelos.

No quería sentirse así. Sabía bien que aquellas palabras eran provocadas por el alcohol. Aunque no podía negarse a sí mismo que le gustaba escuchar esas palabras.

_Duerme, dulce niña. Has bebido mucho. Mañana ni te acordarás de tus palabras. Descansa.

Melisa no pudo escuchar toda la frase. Se quedó dormida después de "Duerme, dulce niña." Se quedó dormida antes de que el profesor pronunciara una palabra más.

_¿Sigues ahí? – Preguntó el profesor al no escuchar nada de la alumna.

Arturo colgó el teléfono al imaginarse lo que le había sucedido.

A la mañana siguiente la joven se despertó con una buena resaca. Le dolía todo y, como había dicho el profesor, ni siquiera se acordaba de la conversación que había tenido con él.

Apenas tenía fuerzas para nada. Por suerte para ella, su tía Jacinta no quería que sus invitados llevaran nada ese día y, quien se atreviera a desobedecerla, le esperaba problemas serios con ella.

A las doce recibió una llamada. Era Arturo.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now