Capítulo 40

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Melisa hizo que la vuelta a casa fuera lenta. No quería que la noche terminara. Se encontraba muy bien al lado de Arturo.

_Perdona por lo de la última vez que nos vimos. – Dijo la contable. – No me comporté demasiado bien.

_Por qué.

_Por todo. Por tener que consolarme, por verte obligado a hacerme comer y, sobre todo, ya sabes, por intentar...

_No te preocupes. ¿Te puedo decir algo? – Melisa sintió. – Si hubieras estado más tranquila, si hubieras insistido algo más, no hubiese tenido fuerzas para resistirme. Apenas tengo fuerzas para no besarte a todas horas, como para rechazar pasar una noche, todas las noches de mi vida a tu lado.

Melisa le dio un beso en la frente. Sentía ganas de protegerle y cuidarle de la misma manera que él lo había hecho conmigo.

_Cuando empezamos a tener contacto, pensé que había dos principales razones para no estar contigo. Ahora creo que solo hay una.

_¿Mi edad?

Melisa negó.

_Que estás casado. En realidad, la edad nunca me importó mucho. Bueno, sí. Son veintitrés años, pero nos llevamos bien y, si fuera por eso, podríamos intentarlo. Pero hay otra cosa...

_Mi matrimonio.

_Si. Eso mismo. Es todo muy complicado como para estar pensando en eso.

_Sabes que...

_¿Que no te puedes separar de ella por la palabra que le diste a su padre?

_Sí, pero cada día tengo más ganas de dejarlo todo, de que todo en mi vida sea mucho más simple.

_Arturo, esa es algo que solo tú puedes decidir,

Estuvieron hablando de esto durante casi más de un cuarto de hora en la puerta de la casa de Melisa.

_Profesor Pérez, antes de irse usted, ¿puedo pedirle una cosa?

Él asintió. No podía negarle nada de lo que le pedía.

_Quisiera agradecerle todo lo que ha hecho de mí. Hay algo de que tengo ganas de hacer.

Arturo se acercó a ella.

_¿Qué es?

_Un beso. Un solo beso. Creo que me ayudará dormir mejor.

El profesor sonrió. ¿Cómo iba a negarse a eso? ¿Con qué fuerzas se podía negar? Llevaba deseando probar sus labios desde hacía semanas.

La besó y regresó a su casa.

Melisa se cambió y fue directamente a la cama. Estaba feliz. Había sido una gran noche.

"¿Me estaré enamorando de Arturo?" Se preguntaba la contable.

Arturo, por su parte, no pudo evitar que una sonrisa le iluminaba el rostro. ¿Cómo no hacerlo con el sabor del pequeño trozo de piel que había besado hacía tan solo un momento?

Al llegar a casa se cambió y se fue directamente a casa.

Durmió como un angelito. Mejor de lo que lo había hecho en mucho tiempo. No sabía que al día siguiente recibiría una noticia que no le agradaría en absoluto.

A las diez de la mañana recibió una llamada de Miriam.

_Tengo un problema. – Dijo la esposa del profesor sin ni siquiera saludar. - ¿Podemos quedar en casa en un par de horas?

_¿Para qué? ¿Qué me quieres decir?

_Es mejor que lo veas en persona.

_Antes de ir a tu casa, quiero que me digas de qué se trata.

_Tengo una falta. Voy camino de la segunda. – Contestó sin andarse con rodeos.

Arturo se quedó pensativo. No sabía exactamente a qué se refería.

_Cielo, estoy embarazada. – Dijo Miriam al notar que su marido no se enteraba de qué le estoy hablando. – Desde finales de enero tengo el periodo. Esa fue la última vez que me vino.

_Cariño mío, ambos sabemos que no puedes ser madre. Nos lo dijeron al poco tiempo de casarnos. ¿Lo recuerdas?

_Tengo aquí una prueba de embarazo positiva. Ven a casa y te la enseño. Así me podrás creer.

El profesor no se podía creer todo aquello.

Se había casado con ella creyendo que iba a ser padre. Cuando, una vez ya siendo marido y mujer se enteró que no lo estaba y después de que se le pasara el enfado, fueron a distintos médicos a ver qué se le podía hacer. Todos les dijeron que Miriam no podía concebir.

Poco después de media mañana estuvo en su casa. Quería hablar con ella en persona.

_ ¿Se puede saber qué quieres de mí? – Preguntó el profesor entrando en la casa donde vivía su mujer.

_Mira esto.

Miriam le enseñó la prueba positiva de embarazó junto con las instrucciones.

_¿Quién me dice que esto sea tuyo.?

_¿De quién si no?

_Si no recuerdo mal, los profesionales a quienes consultamos nos dijeron que no podías tener hijos. Vayamos a un médico. Que te hagan unos análisis de sangre a ver qué nos dicen. Comprenderás que no me fie de tu palabra.

Miriam estaba desesperada. No terminaba de entender por qué no confiaba en ella. Al fin y al cabo, estaban casados. Debería entenderla.

_Pediré cita yo mismo. – Dijo Arturo. – Será con el médico que yo decida y te someterás a tantas pruebas que yo te pida.

_No puedo creer que me hagas pasar por esto.

_Lo que te creas o no me da igual. Las cosas se harán a mi manera.

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now