Uno

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Un día mas en la vida de Edimina Masters. El primer día para ser exactos, el primero de todo un año de instituto. El último año. Ya tenía diecisiete, solo faltaba un año para la universidad y no podía creerlo. Estaba entre emocionada y asustada.

Claramente no quería salir de su instituto privado donde no eran tantos alumnos y todos se conocían. Era tan tímida que le costaba demasiado socializar y ni se diga de hacer amigos. La única que tenía la había conocido a los siete, y este era el año en que cumplían diez años de amistad, tenía que ser un buen año.

Lola era su única y mejor amiga y Edimina era la única y mejor amiga de Lola, que aunque fuera una completa rebelde extrovertida, tampoco le gustó jamás la idea de tener otras amigas. Edi y Lola eran como almas gemelas y polos opuestos. Siempre juntas, siempre la una para la otra, jamás se habían separado por más de unos pocos días y jamás se habían peleado seriamente.

Claro, tal vez era porque se habían conocido en el momento exacto, cuando ambas estaban necesitando una amiga. Lola era la niña nueva a los siete años, nadie quiso ser su amigo porque ella era grosera y cuando jugaba solía ser bastante brusca.

Pero Edi era otro asunto, ella se acercó a Lola cuando la vio sola y la invitó a tomar té y colorear. Fue la primera y única vez que Edimina se acercó a otro niño. Aquello casi fue cosa del destino.

Pero para Edi no todo era color de rosa y a diario los niños la molestaban. Entonces Edi y Lola armaron su fuerte y Lola comenzó a defender a su nueva amiga. Ninguno olvidaría la vez que Lola corrió gritando "muere" con un palo de golf tres calles detrás de un niño que llamó "tonta cuatro ojos" a Edimina.

Si... Nadie se metía con su amiga nerd.

-Ratona... - ella miró hacia la puerta donde se asomaba su padre, el Doctor Kenneth Masters, con una sonrisa y usando el mismo apodo que usaba con ella desde niña, desde que la había visto por primera vez cuando ella tenía solo dos años - Arriba floja, Lola ya está saqueando la nevera.

Ella soltó una carcajada, ya estaban todos acostumbrados a que la rubia apareciera para desayunar con ellos. Lola podía comer todo el tiempo y seguir pesando cincuenta kilos. Y luego estaba ella que hiciera lo que hiciera jamás llegaba a pesar menos de sesenta. En lo que respecta a su cuerpo todavía estaba en transición a aceptarse, a veces aún se veía como la niña gordita que todos molestaban.

Rory, el pequeño hurón que vivía en su casa desde hacía dos años, siguió a su padre fuera de la habitación. Había llegado cuando ella cumplió sus quince años, y Edi nunca podía separarse de él por mucho tiempo, ni él de ella.

Colocando sus anteojos en su lugar sobre su nariz, se levantó apurada. Eligió su ropa, no tan llamativa como la de Lola, pero sí bastante dulce, Edi era más bien de cosas simples. Jeans y zapatillas, pero tenía una debilidad por los vestidos bonitos y coloridos. No podía evitarlo. Amaba todo lo cursi.

- ¡Ya nos vamos, Edi!- oyó gritar a su amiga cuando llegaba a la cocina - Rápido, tengo que buscar mi horario todavía.

Edimina suspiró, Lola siempre era irresponsable, si no fuera así no sería Lola. 

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En cuanto Lola estacionó y ambas bajaron del auto, el ruido del motor de la motocicleta que ya todos conocían se oyó acercándose. Las dos se detuvieron y observaron como todos los demás quedaban en silencio y dirigían sus inquisitivos ojos hacia el dueño de aquella cosa.

Era raro que llegara a tiempo pero allí estaba, Brett Stevenson. Siempre se veía demasiado serio. Todo un clásico matón, o como se supone que debería verse uno. Era tan oscuro y atractivo al mismo tiempo. Era como un alma en pena pero bastante agresivo.

Eso hizo a Edimina recordar lo mal que había dejado al antiguo capitán del equipo de fútbol. El chico había terminado en el hospital un mes antes de irse del instituto, y tal vez hasta de la ciudad porque nadie volvió a verlo.

Un escalofrío la recorrió desde los brazos hasta la espalda, cuando por un par de segundos los ojos de Brett se cruzaron con los suyos.

Era bastante intimidante pero eso lo hacía también muy atrayente... No podía dejar de verlo, el miedo se mezcló con algo más, como si fuera la primera vez que lo veía. Pero la verdad es que siempre que lo veía sentía aquello. Y cada vez se dijo que solo era miedo...

Pero la verdad era que desde hace un año, cuando él llegó al instituto y a su clase con dos años más que los demás, Edimina había sentido lo mismo que sentía cada vez que lo miraba, y no era miedo.

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