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BERK RECORDARÍA Y ELLOS VIVIRÍAN

HABÍAN QUEDADO DE encontrarse en el valle de Punta Cuervo, donde una vez pasó su tiempo con Chimuelo

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HABÍAN QUEDADO DE encontrarse en el valle de Punta Cuervo, donde una vez pasó su tiempo con Chimuelo. Hiccup llegó primero y Mérida unos minutos después, cargando consigo una caja pesada que dejó junto al vikingo.

—¿Qué es esto? —preguntó Hiccup viendo la caja de extraños gravados.

—Pinturas. A mi mamá le gustaba pintar, creo —Ella revolvió su cabello—. Como yo no sé dibujar y no es algo de mi interés, pensé que podrías usarlas. No quiero que mi retrato sea aburrido.

Él abrió la caja para encontrarse con unos lápices muy elaborados que no parecían ser de Berk, más bien de alguien que pertenecía a un rango social mucho más alto. Hiccup sintió la presión del momento, ¿qué tal si a ella no le gustaba?

—Bueno... —suspiró ella—¿Comenzamos?

Hiccup asintió torpemente y señaló una roca.

—Ponte en una posición cómoda, puedes sentarte allí. Esto podría tardar y tienes que estar quieta.

La pelirroja caminó hasta la roca señalada y se sentó en ella, con su arco en manos.

—¿Tienes un cuchillo, Hiccup? —preguntó Mérida.

—¿Vas a matarme?

—Aún te queda por hacer el dibujo —opinó como si en realidad hubiese considerado la opción.

Hiccup sonrió y le tendió su pequeña cuchilla que tenía guardada en su cinturón. Mérida la tomó y comenzó a hacer grabados en la madera de su arco, instalando la duda sobre qué estaría poniendo en Hiccup.

—Quiero que me dibujes así —ordenó ella.

—No hay problema.

En la gastada hoja comenzaron a aparecer los primeros trazos de la figura de Mérida. El castaño mordió su labio inferior como un gesto de total concentración, mientras que Mérida levantaba de vez en cuando la mirada, curiosa.

—Mérida... —murmuró él sin dejar de dibujar ella hizo un gesto, dando a entender que estaba escuchando—. ¿Somos amigos?

Ella hizo un gesto despectivo.

—Nah, solo eres un conocido.

El lápiz se detuvo y los labios del castaño se curvaron en una sonrisa cariñosa.

Levantó la vista para clavarla en la pelirroja, que desde su posición le regalan una sonrisa que le daba un aire pícaro y superior a la vez.

—Considerando que hace poco me odiabas, diría que es un gran paso —repuso el muchacho volviendo a su dibujo, comenzando a trazar los labios de su musa. 

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