13. Sorpresas

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Dos semanas después, Candy y Lex seguían sin dar indicios de querer disculparse. En las clases que coincidían se enfocaron en hacer exclusivamente temario, por lo que ningún factor involuntario los había obligado a replantearse las cosas tampoco.

Candy no podía evitar que la situación le doliese, aunque todavía no le quedaba claro si era debido a la magnitud de la discusión o a la razón. Fuera lo que fuera... lo que más agudizaba su malestar era desconocer si a él le estaba afectando también aquel distanciamiento entre ellos, aunque fuera en lo más mínimo.

El par de exámenes que tenía para la semana entrante estaban ayudando a la cobriza a desviar su atención del asunto. Casi no había pegado ojo en las últimas tres noches. Y todo con el único propósito de conseguir hacer más ejercicios prácticos de una asignatura y repasar el temario de la otra.

Nunca se estaba lo suficientemente preparado.

De repente, escuchó unos toques en la puerta.

—Candy.

Ella gruñó de mala gana.

—¿Qué?

—Necesito robarte un tiempo —le avisó su padre con un tono serio.

La palabra "robar" seguida de "beso" resonaron en su mente como una pequeña burla.

—¿Tiene que ser ahora? —preguntó con pesadez.

Él sabía perfectamente que no le gustaba que la molestasen mientras estudiaba. Debería comprender lo duro que era tratar de no perder la concentración, sobre todo cuando tenía que lidiar con pensamientos indeseados que no la dejaban en paz.

—Créeme que si de mí dependiera, no lo haría.

Por su forma de decirlo, dedujo que se trataba de algo importante y por eso acabó aceptando salir. No obstante, bajó las escaleras sin dejar de taladrarse la cabeza con el recordatorio de que todo el tiempo que perdiese se restaría de sus escasas horas de sueño.

"Y eso que los fines de semana eran los únicos días en que, en teoría, podía permitirse el lujo de descansar algo más".

Hizo un mohín. No obstante, igual que hay noticias que parecen buenas y no siempre lo son... a veces sucede lo mismo a la inversa.

Y en cuanto Candy vio a la mujer de pie en el recibidor, dejó de pensar.

—¡Mamá!

Ella fue corriendo a sus brazos, sintiéndose nuevamente acogida por la calidez de su cuerpo y el olor a perfume de Cacharel.

—Mi dulce niña...

Candy la abrazó ignorando las cosquillas provocadas por los rizos naranjas en su cara, pero se arrepintió en cuanto la presión se tornó peligrosa.

Si ella consideraba que tenía un busto algo grande, el de su madre ya se encontraba en condiciones de asfixiar a cualquiera.

Por suerte ella no tardó mucho en separarse.

—¡Vamos! Tenemos mucho de qué hablar.

Dicho esto, cogió la mano de su hija con la típica impulsividad que la caracterizaba para guiarla hasta el sofá. La hija rio, ya familiarizada con el hecho de que ella tratase a los demás como los invitados en lugar de que fuese al revés.

Una vez sentadas cara a cara en el sofá, frente a la mesita de cristal, Mabett le sonrió con nostalgia.

—Oh, ¡pero mírate! —indicó la pelirroja, repasando el final de la coleta alta de su hija—. Todavía recuerdo verte con el mismo peinado cuando no tenías más de seis años.

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora