43. Comentarios peligrosos

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La Celest de 10 años atrás quedó petrificada en la puerta. En tan solo un soplo de viento, se le removieron varios recuerdos.

—¿Lexie?

La sonrisa particular de la susodicha se lo confirmó. Lo siguiente que supo, fue que la estaba abrazando y apretujando contra su cuerpo, tal y como solía hacerlo algún tiempo atrás.

Alia sentía una alegría especial, llena de gratitud por que al menos aquella fuera una de las amistades capaz de resistir el paso de los años y a la falta de contacto. Echó un vistazo a la pequeña porción visible de su hogar. Se notaba una casa bien estilizada, algo normal dada a la presencia de Celest, pero en cierto modo... sentía que el toque particular de su amiga no estaba suficientemente presente.

Celest estaba igual de encantada. Sin embargo, el hecho de ver a su marido detrás en cuanto abrió los ojos la desestabilizó por completo. Volvió a pisar tierra, en su realidad, y el conflicto que la había perseguido a sol y sombra.

—Nathan.... —Ella se separó, y luego los miró a ambos, uno seguido del otro—. ¿La has traído tú?

A partir de ese momento, hicieron falta muchas explicaciones. Entre ellas, mencionaron el cambio de nombre, y los días que habían esperado desde el reencuentro que ambos tuvieron para darle cierta noticia. El tono y las palabras que emplearon para referirse a ese "gran anuncio" encaminaron en la mente de Celest hacia una dirección tenebrosa, pero aquella acción dio un vuelco en cuanto le aclararon que se trataba de cierto niño de ocho años.

En ese instante, se dio cuenta de que hubiese preferido mucho más la idea de la relación romántica oculta. Y muy pronto, llegó al punto en que tanta información junta la atosigó lo suficiente para derrumbarla.

—Nathan, ¿nos podrías dejar solas por favor? —le pidió Alia.

Él dudó por el hecho de ver a Celest de esa manera. Pero al volver la vista hacia la castaña de ojos decididos, sabiendo quien era ella en sus vidas, aceptó.

—Esto... hablaré con Bree para saber si planea dejar a su hija jugando más tiempo en el parque con las niñas.

Los pasos que daba dirigidos hacia fuera de la sala se reflejaban en el suelo de mármol que tenían, acorde con los colores claros de la amplia estancia.

Alia ya se había acostumbrado a que una de las diferencias que siempre los separó fue justamente las comodidades con las que vivían. Y en cuanto él desapareció, dejándolas en el sofá, Celest cogió una de las manos de su amiga, a la vez que agachaba la cabeza.

—Perdóname...

—Celest...

Ella negó, para que la dejara continuar.

—Tú sabes que... Hace años, me dolió muchísimo la primera vez que una falsa amiga me traicionó con un ex novio al que yo todavía quería. Éramos unas crías, sí, pero tú me consolaste mientras yo los criticaba a ambos por todos los medios. —Rio con amargura—. Debo ser muy hipócrita para que tiempo después fuese yo la que hiciera lo mismo, y encima con alguien que tampoco se lo merecía.

La castaña sintió una punzada al escucharla.

—Celest, tú siempre has sabido que Nathan y yo no teníamos futuro.

—¡Ni aún así se justifica! —exclamó con angustia—. Con tantos hombres en el mundo, ¿por qué yo me tengo que fijar justo en uno que estuvo contigo, eh?

Perfectamente equivocadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora