11. Érase un domingo...

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El día posterior a la noche en la que hizo enojar a su hermano y a Castiel, Dean decidió que ese fin de semana su prioridad sería arreglar las cosas.

Sam no fue muy difícil. Era su hermano, así que aceptó la disculpa cuando Dean se pasó por su casa para recoger a Charlie. El Winchester mayor le mostró su arrepentimiento regalándole productos para el cabello de su marca favorita. Sam no pudo decir que no.

Pero Castiel era un caso distinto, motivo por el que Dean dejó que el sábado pasara con normalidad. En el fondo, su conciencia sacaba la lengua diciendo que no tenía agallas.

Cuando el domingo llegó, Dean se vistió con el mejor conjunto casual que pudo encontrar y condujo hasta la florería mejor valorada en la ciudad. Si pediría disculpas entonces pretendía hacerlo bien.

—Necesito un ramo de dalias —dijo a la mujer en la caja, añadiendo luego con una risa nerviosa—: También me preguntaba si podías recomendarme alguna flor que diga "Lo siento".

Dean no se quedó tranquilo hasta que Charlie le prometió que ella cuidaría las flores durante el viaje a la casa de Castiel. Por supuesto, Charlie alucinó al oír que las flores eran para su niñero.

—¿Por qué le llevas flores a Castiel, papá? ¿Te gusta? —Dean no tenía que mirar hacia atrás para saber que la emoción le salía por los poros.

Pero le sonrió por el espejo de todas formas.

—Digamos que papá hizo algo malo y tiene que pedir disculpas.

«Digamos que arruiné las cosas con tu potencial papá, corazón».

—¿Por eso Castiel lucía tan triste ayer?

La suavidad en su voz no aligeró mucho el impacto que esas palabras tuvieron en Dean. La sola idea de ver a Castiel desanimado por su culpa hacía que quisiera golpearse a sí mismo.

—¿Triste? ¿Por qué crees que estaba triste?

—Bueno, todos estábamos un poco tristes. Tardaste mucho en llegar... —respondió por lo bajo, pero el desconcierto se hizo notar y Dean se sintió un millón de veces peor.

Aprovechó el primer semáforo en rojo que vio para voltearse hacia Charlie, en los asientos de atrás. Sus manos acariciaban las dalias como si fueran de cristal.

—Bebé, realmente lo siento. No quise asustarte y me siento terrible por eso.

Charlie asintió y sonrió suavemente.

—Está bien, papi. Tenía miedo de que te fueras a ir como mamá lo hizo, pero ahora estás aquí.

La mención de la mujer le supo a ácido. El semáforo cambió a verde y Dean pensó que si Anna estuviera cruzando la calle, quizá no se detendría.

—Y siempre lo estaré, amor. Nunca estarás sola mientras yo respire.

«Y que me arrastren al infierno si estoy mintiendo».

Al aparcar fuera de la casa del niñero, Dean bajó del auto y abrió la puerta de atrás, junto a la que Charlie estaba, y se inclinó.

—Oye, ¿qué te parece si luego de ver a Castiel vamos a los juegos del centro comercial?

Los ojos de la niña brillaron y saltó sobre su padre, dejando en claro que su respuesta era un gran «Sí». Dean llevó un ramo escondiéndolo en su espalda y Charlie lo imitó, pero al tocar la puerta una, dos y hasta tres veces sin recibir respuesta, ambos parecieron desconcertados.

—Debí llamarlo antes de venir —dijo exasperado, frotándose la cara.

—¿Por qué no lo llamas ahora? Quizá está durmiendo. —Dean miró a su hija como si fuese el ser humano más brillante en ese entonces. A él no se le había ocurrido algo tan simple como eso.

Babysitter ❴DESTIEL❵Where stories live. Discover now