VII

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- Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

Las farolas pasaban a toda velocidad por la carretera. La ventanilla estaba bajada y el aire se colaba dentro del coche. Estaba fresco y olía un poco a mojado. Alba vio pasar el poste de la luz y contó de nuevo las farolas.

Esta vez, era de noche. Alba miraba la luna brillante en el cielo. Estaba llena. Las farolas iluminaban la carretera y Alba continuó contándolas. Cuando giraron a la izquierda, ella ya lo sabía, pero no le hizo ilusión haberlo recordado. La ventanilla comenzó a subir lentamente y ella se apartó con cuidado. Las farolas se alejaron y ahora sólo se veía un camino de tierra.

"Ya llegamos"

El coche aparcó frente a lo que parecía ser una enorme mansión de campo. Alba esperó tranquila sin moverse. El conductor del coche bajó y habló unos minutos con una mujer que esperaba paciente frente a la puerta. Le entregó una pequeña maleta de mano y luego, ambos se acercaron al coche. La mujer abrió la puerta donde se encontraba Alba, tomándole la mano y ayudándola a bajar del coche. Alba se estiró su vestido de flores azules.

- Es muy bonito, Alba. ¿Es nuevo? - Le dijo la mujer. Alba asintió.

- Es mi regalo de los nueve. Lo ha cosido mi madre.

- ¡Qué bien! Nosotros también tenemos un regalo para ti en la Academia. ¿Entramos y te lo enseño?

Alba se giró para mirar atrás, pero tanto el coche como su conductor habían desaparecido. No sabía por qué, pero no quería entrar a la Academia ese día. Sin embargo, la única manera de salir de allí se había ido sin despedirse si quiera.

Entraron en la enorme mansión y caminaron por los pasillos. Tras subir unas escaleras hacia el ala derecha de la casa y atravesar un par de puertas de rejas bien aseguradas, el sonido de niños se hizo cada vez más claro. Las paredes blancas impolutas empezaban a tener algunos dibujos infantiles.

- Me han dicho que aún no has cenado, así que vamos al comedor y luego te llevo a dejar las cosas a tu cuarto nuevo.

- ¿Cuando va a venir papá a por mí?

- Muy pronto, ya sabes. Si tú te portas bien y haces todo lo que te dicen, tu papá y tu mamá estarán aquí en seguida para verte.

Alba asintió, pero tenía ganas de llorar. Quería volver a su casa con su madre, su padre y su hermana pequeña. Se tragó las lágrimas como pudo, sabiendo que aquello sólo le traería problemas y siguió a la mujer hasta el comedor.

La sala blanca estaba vacía excepto por una niña rubia que removía su plato en silencio. A su lado, había otro sin tocar. La mujer llevó a Alba hasta allí y la sentó.

- Cómetelo todo, ¿vale? Volveré en un rato a por ti. - Entonces le dirigió una mirada de desaprobación a la niña que tenía sentada al lado. - ¿Aún estamos así? Hasta que no te tomes toda la sopa no te vas a levantar de la mesa, señorita. Me da igual lo que tardes.

La mujer se dio la vuelta y salió por la puerta. El comedor blanco quedó sumido en el silencio, sólo interrumpido ocasionalmente por el ruido de la cuchara de la niña rubia siendo arrastrada por su plato.

- ¿Cómo te llamas? - Preguntó Alba, observándola curiosa. La niña tenía el pelo larguísimo y los ojos oscuros, con una expresión de cabreo bastante notable. Alba vio como la miraba de reojo y dirigía los ojos a su plato, sin responder. - Bueno, si no me dices cómo te llamas entonces no te ayudaré a hacer desaparecer la sopa.

La rubia subió la cabeza sorprendida.

- ¿Puedes hacer eso? Es que realmente odio la sopa.

- A mí me encanta. Si quieres me puedo comer la tuya también, tengo mucho hambre.

; las vidas efímerasWhere stories live. Discover now