Capítulo 4

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Estiro los brazos y cuando lo hago, noto una dolor agudo crecer en mi cuello. Me llevo una mano ahí y trato de calmarlo con un masaje pero no hace más que empeorar.
Me pongo de pie y doblo la sábana. Desde la cocina oigo ruidos y me encamino hasta ella.
Delante de la vitroceramica, Barry trocea varias frutas.

—Buenos días, Barry. —En la encimera hay una jarra llena hasta la mitad con zumo de naranja. Sonrío levemente y abro el mueble que está a la altura de mi cabeza, estampado en la pared.
De ahí cojo un vaso y vierto zumo dentro.
—Tiene pulpa. —Arrugo las cejas.
—¿Qué?

—El zumo, Caitlin. Tiene pulpa. —Lo dice justo a tiempo para que retire mis labios del vaso. Arrugo la nariz.
¡Pero qué asco!
—¿Todavía tienes esos gustos tan horribles? —Le reprocho y del mueble inferior saco el exprimidor y varias naranjas.

—¿Todavía recuerdas donde está todo? —Ignoro su pregunta.
—El zumo con pulpa, las camisas a cuadros y el amarillo.
Siempre tuviste un gusto horrible. —Bromeo.
Pero él no tarda en devolvermela.
—Tienes razón. Siempre tuve muy mal gusto. Por eso me casé contigo. —El zumo se me va por mal lado y comienzo a toser.

—Imbécil. —Susurro como puedo mientras intento no ahogarme.

Cuando termino de desayunar, me doy una ducha rápida y me visto.
—Me voy a trabajar. —Anuncia el castaño. Chasqueo la lengua.
—¿Arreglar esos coches es un trabajo? —Se gira sobre sus talones y su mirada baja por mi cuerpo con un toque de desprecio.

—¿Hacer ropa fea y exagerada que nadie se pondrá nunca es un trabajo? —¿Qué acaba de decir?
Abro la boca con indignación y eso le provoca una risa.

—¡Mi ropa se luce en las mejores pasarelas del Mundo! —Me defiendo y me acerco un poco más a él para tratar de parecer intimidante.

—¿Alguna vez has visto a una sola persona usar tu ropa por la calle? —Muerdo mi labio inferior, tratando de recordar alguna vez.
Pero no encuentro nada y me obligo a mi misma a cerrar la boca y mantener intacto mi orgullo. O al menos lo que queda de él.

—Lo dicho. Ropa fea que nadie usará nunca. —Y aunque mi intención era la de quedarme callada, esa es la gota que colma mi paciencia.
—Por lo menos yo busqué una vida mejor en lugar de quedarme estancada en este pueblucho sin vida, como hiciste tú. —Y en cuanto las palabras salen de mi boca, me arrepiento de ellas.

Pero Barry las ignora.

—¿Vas a salir a la calle así? —De nuevo revisa mi cuerpo. Yo bajo mi mirada también.
Llevo un vestido rosa ajustado que cae por debajo de mis rodillas, unos tacones bastante altos y mi pelo recogido en un moño elegante.

—¿Qué le pasa a mi ropa? —Eso le hace carcajear.
—Esto es Micktown, Caitlin.
No la Fashion Week de Nueva York —Suspiro y cierro los ojos un par de segundos.
Tal vez tenga razón.

—Toda mi ropa es así. —Me lamento por no haber traído nada más "informal".
—Espera aquí. —Me pide y desaparece durante un par de minutos, saliendo de la casa.
Cuando regresa, trae consigo una caja de cartón.

—Hay ropa tuya aquí. —Afirma y desliza la caja sobre la mesa. Yo la cojo al otro lado y le miro.
—¿Por qué la conservas? —Durante unos momentos que me resultan eternos, nuestras orbes permanecen conectadas.
Pero Barry rompe la conexión mirando hacia otro lugar.

—Pensaba donarla pero la aparté en un rincón y me olvidé de que existía. —Me asegura. Asiento despacio. Abro la caja rasgando su precinto y de ella saco una vieja camisa azul celeste.
Un recuerdo llega hasta a mi y sonrío sin querer.

—La primera vez que me besaste llevaba esta camisa. —Me la llevo hasta la nariz y olfateo antes de volver a hablar. —Todavía huele a tu perfume. ¿Te acuerdas?

La sonrisa que el ojiverde tenía, desaparece de golpe.
—Apenas teníamos 15 años.
No lo recuerdo, fué una idiotez. —Sus ojos del color de las esmeraldas reflejan frialdad y distancia cuando lo dice.
Y de repente en mi garganta se forma un nudo.

Quiero disolverlo, quiero que desaparezca.
Quiero gritarle, quiero decirle que no fué una idiotez.
Quiero tantas cosas que al final, todo lo que hago es guardar silencio y esperar así hasta que Barry se marcha.

De camino a mi siguiente objetivo, pienso en aquel día.
Me afecta que Barry lo vea como una idiotez porque fué parte de mi adolescencia.
Mi primer beso. Mi primer amor.

Esa es, exclusivamente, la razón por la cual me afecta.

Cuando ya he llegado, golpeo la puerta varias veces y espero hasta que se abre y su voz inunda mis oídos.
—¡Caitlin! ¡Mi amor! —Sonrío.

—Hola Mamá.

Bueno Caitlin, yo creo que eso te afecta porque fué tu primer amor.
¡Pero creo que seré la única!

Sweet Home. Snowbarry Where stories live. Discover now