«Capítulo 7»

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El viento espoleaba la lluvia que caía a raudales de los oscuros cielos de Yeosodo, como en cascadas, contra las ventanas de la cocina.

Aquella tarde, un poco antes, mientras Jeonghan hacía la colada en la pila y después de haber pegado el dibujo de Samuel en la nevera, habían surgido goteras en el techo del comedor. Tuvo que colocar una canasta de plástico debajo de la gotera y ya había tenido que vaciarla dos veces. A la mañana siguiente pensaba llamar al señor Im, pero dudaba que él accediera pasarse ese mismo día a reparar los desperfectos. Eso si, por supuesto, lo convencía para que pasara a repararlos algún día.

En la cocina, cortó un trozo de queso a daditos, y no pudo resistir la tentación de comerse un par. En una bandeja había colocado las galletas saladas, rodajas de tomates y pepinos, aunque no conseguía que quedaran de la forma presentable que quería. Nada quedaba de la forma que quería.

En su anterior hogar, tenía una bonita tabla de madera y un cuchillo de plata con un pajarito grabado para cortar, y un juego de copas de vino. En el comedor tenía una mesa de madera de cerezo, y visillos en las ventanas, pero allí, en cambio, la mesa estaba desnivelada y las sillas eran cada una de un modelo diferente, no había cortinas en las ventanas, entonces él y Iseul tendrían que beber en tazas de café.

Por más difícil que haya sido su vida anterior, le habría encantado disponer de sus antiguos muebles, pero al igual que todo lo que había dejado atrás, veía esos objetos como enemigos que se habían pasado al otro bando.

A través de la ventana, vio que una de las luces se apagaba en la casa de su amiga. Jeonghan enfiló hacia la puerta. La abrió y observó cómo ella saltaba sorteando los charcos de camino a su casa, con el paraguas en una mano y dos botellas de cerveza en la otra. Con un par de zancadas más consiguió alcanzar el porche, con su impermeable amarillo chorreando agua.

—Ahora sé cómo debió de sentirse Noé. ¡Menudo diluvio! Mi cocina está llena de charcos.

Jeonghan señaló por encima del hombro.

—¡Yo tengo goteras en el comedor!

—Hogar, dulce hogar, ¿no? Toma —le entregó las botellas—. Tal como había prometido. Y créeme, necesito un buen trago.

—¿Un día duro?

—Ni te lo puedes imaginar.

—Bueno, entonces pasa.

—Antes dejaré el impermeable aquí, o tendrás dos charcos en el comedor— apuntó mientras se lo quitaba—. Es increíble; solo he estado fuera unos segundos, pero quedé empapada.

La jovencita dejó el impermeable sobre la mecedora, junto con el paraguas, y siguió a Jeonghan hasta el interior, en dirección a la cocina. El pelinegro dejó las bebidas en la encimera. Mientras Iseul iba hacia la mesa, él abrió el cajón junto a la nevera. Del fondo sacó una oxidada navaja suiza y se apresuró a abrirla.

—Esto es fantástico. Me muero de hambre. No he probado un bocado en todo el día.

—Sírvete. ¿Qué tal ha ido la sesión de pintura?

—Bien, he acabado el comedor, pero después se ha torcido el día.

—¿Qué pasó ahora?

—Ya te lo contaré más tarde. Primero necesito un trago. ¿Y tú? ¿Qué has hecho?

—No mucho. Ir corriendo a la tienda, limpiar la casa, cortar queso.

La vecina tomó asiento delante de la mesa y cogió una galleta salada.

My Haven ➳ JeongcheolWhere stories live. Discover now