«Capítulo 35»

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Seungcheol, Jeonghan y los niños decidieron ir hasta la feria en bicicleta, pues intentar aparcar el coche en pleno centro del pueblo sería una verdadera hazaña, y probablemente, volver a casa cuando todos los vehículos empezaran a abandonar la zona en tropel, sería incluso muchísimo peor.

A ambos lados de la calle principal habían puestos ambulantes en los que exhibían objetos hechos a mano, y el aire estaba enrareciendo con el olor a comida marina y hamburguesas, palomitas de maíz o algodón de azúcar. En el escenario principal, una banda local entonaba una canción pegadiza. Habían carreras de sacos y una pancarta que anunciaba que por la tarde iba a tener lugar un concurso para ver quién era capaz de comer más trozos de sandía. También había paraditas con diversos juegos: lanzamiento de dardos a globos, acertar arandelas por el cuello de unas botellas y encestar el balón para ganar un animal de peluche. En la punta más alejada del parque había un gran faro rojo.

Seungcheol se puso a hacer fila para comprar fichas para las atracciones y luego los cuatro se dirigieron hacia los autos de choque y las tazas de té. Había colas para subir en cualquier atracción. Mamás y papás con niños colgados del brazo, y adolescentes arracimados junto a las vallas. El rugido de los generadores y el triquitraque de las atracciones mientras estas daban vueltas y más vueltas llenaban el ambiente.

Los niños estaban entusiasmados y querían montarse en todas las atracciones, así que Seungcheol se dejó una pequeña fortuna en fichas, que enseguida empezaron a desaparecer, ya que para cada una de las atracciones se requerían tres o cuatro. El precio era una barbaridad, y el mayor intentó convencerlos para que no las gastaran todas de golpe, insistiendo en realizar otras actividades alternativas.

Admiraron a un hombre que realizaba juegos malabares con bolos y aplaudieron a un perrito que daba piruetas. Saborearon unas porciones de pizza en uno de los restaurantes cercanos a la feria, dentro del local, para huir del sofocante calor, y escucharon una banda de músicos que se dedicaban a entretener a su audiencia con un repertorio de canciones trot. Después presenciaron una carrera de motos acuáticas antes de regresar a la feria. Samuel quería algodón de azúcar y Chan se decantó por una calcomanía.

Así fueron transcurriendo las horas, en un soporífero estado de calor y de ruido, invadidos por los placeres inherentes del Sur del país.

Jungjae se despertó dos horas más tarde, con el cuerpo adolorido y el estómago con calambres. Sus sueños inducidos por el calor habían sido muy vívidos, casi tangibles, y le costó ubicarse. Sentía como si la cabeza se le fuera a partir en dos. Avanzó anadeando hasta la cocina y calmó la sed bebiendo agua. Se sentía mareado, débil y más cansado que cuando se había acostado dos horas antes, pero no podía desfallecer. Regresó a la habitación e hizo la cama para que Jeonghan no supiera que había estado allí.

Estaba a punto de marcharse cuando recordó la cacerola de atún que había visto en la nevera antes, mientras fisgoneaba por la cocina. Se moría de hambre, y recordó que hacía meses que su esposo no le preparaba la cena. Debían estar a casi cuarenta grados en aquel aire casi irrespirable, y cuando abrió la nevera, se quedó durante un largo minuto expuesto al aire frío que se escapaba por la puerta. Asió la cacerola de atún y hurgó en los cajones hasta que encontró un tenedor. Después de quitar el envoltorio protector de plástico, probó un bocado y luego otro.

Comer no le ayudó a paliar el dolor de cabeza, pero enseguida notó una mejoría en el estómago y los calambres empezaron a mitigarse. Podría haberse comido todo el contenido de la cacerola, pero se obligó a sí mismo a tomar únicamente un bocado más antes de volverla a guardar en la nevera. Jeonghan no se daría cuenta de que él había estado allí.

My Haven ➳ JeongcheolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora