Cuento 4: El Reencuentro

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¡Qué niño tan lindo! Llevaba el pelo con raya al costado, tenía los ojos almendrados y una sonrisa... ¡siempre alegre! Sujetaba un globo de una mano, y de la otra, una bolsa de dulces y encima un peluche bajo el brazo. ¡Intentaba correr por el patio sin dejar caer nada en el piso! ¡Nunca se quedaba quieto!

A pesar de las dificultades que pasábamos, siempre me esforcé en hacer a Victor feliz. No quería que su niñez fuera como la mía, incluso, la de ningún niño debería ser así.

- Victor, ¡ven!

- ¿Qué pasó? – pregunta, acercándose despacio.

- ¡Hoy voy a llevarte para ver a tu papá!

- ¿Por qué? No me acuerdo de él... – me contesta dando poca importancia.

- Hace años que no lo vemos porque hizo algo serio conmigo, cuando seas mayor, te lo contaré todo.

- ¿Qué ha hecho? – me pregunta curioso.

- No quiero que crezca con ideas formadas a partir de mi opinión. Entonces, le dije: - Vas a conocerlo y tendrás tu propia opinión sobre él. No tienes la culpa por nuestra separación, entonces cuando crezcas, te lo contaré, ¿vale? – le expliqué.

Llegamos a la casa de la familia de Luiz, el padre de Victor. Fue un reencuentro feliz, nos recibieron muy bien, con mucho cariño y animación. Fui a conversar con mi suegra en la cocina, y, Victor con su padre, se quedaron en la sala. Le conté a mi suegra todo lo que me había sucedido:

- Resulta, que como Luiz me amenazaba y me perseguía, hui con Victor, para otra ciudad. ¡Estaba decidida a no ser una portada trágica de algún periódico! Desaparecí porque tuve miedo. – finalicé.

- ¡Él no le haría mal a una mosca! – me contestó, moviendo la cabeza negativamente.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, y siguió.

- Sé que no has sido la culpable por terminar el matrimonio. Te quiero pedir perdón por mi hijo. No puedes esperar nada de él, no tiene juicio, ¡nunca se empeña en concluir nada!

- ¡Ya lo he perdonado!

- Le dije que tiene mucha suerte en tenerte a ti, pues cuidas al niño muy bien.

- Y lo cuido sola, pero Dios me da fuerzas y me orienta.

- ¡Perdónalo! – me rogaba llorando.

- Ya lo perdoné.

En ese momento, Luis llega a la cocina, y ella, para esconder sus ojos rojos se da vuelta y va hacia el fogón.

- Oídme, Ana, ¡Víctor no sabe nada sobre mí! ¿Nunca le contaste nada sobre mí? – me preguntó indignado.

- ¡Tienes el privilegio de conversar con tu hijo! Toda la información que reciba, y, la opinión que tenga, ¡dependerá solo de ti! Y, como aún es muy niño puedes construir tu imagen ¡cómo desees! ¡Ponte feliz!, pues, ¡casi nadie tiene este privilegio! – le contesté firmemente.

- Tienes razón. Gracias.

Cabizbajo, se dio cuenta de lo que he hecho por él.

Después de la visita, entramos en el auto y nos fuimos.

- Víctor, ¿Te gustó conocer a tu padre? – le pregunté curiosa.

- Él es guay, pero, ¡huele a bebida! ¿Qué se puede esperar de un hombre que necesita beber para encontrarse con el hijo? – y siguió – Mamá... ¿cómo tuviste coraje de casarte con mi padre?

Me reí, y le contesté: - ¡Esa es otra historia, cariño! ¡En casa te la contaré!

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