4. De sangre sucias y prejuicios

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Nota de autor: Harry Potter le pertenece a J.K Rowling. Yo solo soy el alma afortunada que decidió escribir sobre estas dos adorables cositas.

Ted

— ¡Slytherin! —Ted aplaudió lo más fuerte que pudo mientras que Andrómeda se ponía en pie y se dirigía a la ruidosa mesa. Había esperado que le devolviera la sonrisa que le dedicaba, pero solo la vio irse sin ni siquiera girarse para reconocerlo.

Ted dejó pasar aquel suceso y esperó pacientemente a su turno, deseando que apenas fuese seleccionado pudiera tener más tiempo para hablar con Andrómeda. Los niños normalmente huían de él porque pensaban que era un niño extraño pero la chica de cabello castaño era distinta. Ella exultaba un aura de poder y aristocracia tan grandes que le era imposible mantenerse alejado.

Y era la primera chica que se había reído con él y había disfrutado de su compañía. Ted no quería que la amistad que había forjado casi inmediatamente se perdiera solo porque él tuviese actitudes fuera de lo comunes, menos cuando Andrómeda venía de una familia de solo magos.

Ya podía ver las cosas maravillosas que podrían pasarle a partir de ahora.

La selección continuaba de manera alarmantemente lenta para un muchacho hiperactivo de once años. Varios niños iban a Gryffindor y Ravenclaw, pero muy pocos terminaban en casas como Slytherin y Hufflepuff. Ted supuso que debían ser realmente importantes para que no todos terminasen allí, pero se convenció a sí mismo de que terminaría en la gritona mesa del león o la callada del águila. Él no era tan pomposo como Andrómeda para acabar en una mesa importante cuando apenas y tenía dinero que gastar.

No se dio cuenta del momento en que la profesora McGonagall dijo su nombre y por eso uno de los niños de la fila tuvo que darle un codazo para obligarle a avanzar. Con las mejillas sonrojadas se sentó en aquel taburete con piernas temblorosas, viendo el sombrero acercarse lentamente. Antes de que lograrán ponérselo, sus brillantes ojos azules trataron de encontrarse con los cafés de su nueva mejor amiga para dedicarle la más brillante sonrisa que pudo crear pero se encontró con la sorpresa de que ella miraba atentamente a una chica unos años mayor que era idéntica a Andrómeda, por lo que supuso que sería Bellatrix.

"Este es fácil, ya lo veo" Fue lo único que murmuró una voz en su cabeza antes de gritar: — ¡Hufflepuff!

Ted se levantó sonriendo por el asombro y fue corriendo a sentarse a la mesa en donde unos chicos se habían parado sobre las sillas para aplaudirle con ánimos. Dejándose caer, su mirada inmediatamente buscó de nuevo a Andrómeda, convencido de que ahora ella estaría dispuesta a mirarle. Lamentablemente su mirada choco con los ojos marrones de quien él pensaba era Bellatrix y entendió a la perfección porque Andrómeda le tenía miedo.

Nunca había visto ojos que pareciesen más bien profundos pozos sin salida alguna. Incluso desde tal distancia podía ver que un deje de algo extraño, tal vez una locura bien enmascarada o incluso crueldad pura, se escondía y resplandecían a la par que una sonrisa casi perversa decoraba la bella cara de la muchacha. La chica dijo algo en voz alta que dejó a aquellos cercanos a Andrómeda en silencio, y Ted pudo verla responder pese a que no supo que había dicho. Viendo la sonrisa que no desaparecía de la cara de Bellatrix supuso que era algo que le había agradado y se alegró de que por lo menos aquella noche Andrómeda pudiese disfrutar tranquila de la cena.

La selección terminó con el último niño siendo enviado a Ravenclaw, pero el hombre más extravagante que Ted hubiese conocido se puso en pie para dar unas palabras. Su barba blanca llegaba hasta la cintura de su vistosa túnica púrpura, con aquellas gafas de media luna y sombrero picudo la madre de Ted hubiese asegurado que era una especie de fanático a la religión o un vagabundo en búsqueda de dinero. A Ted simplemente le causaba curiosidad saber dónde había comprado su ropa.

La galaxia más brillanteWhere stories live. Discover now