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Capítulo 10:

Todo estaba saliendo mal desde el inicio. Su plan perfectamente trazado, sin el menor margen de error, había fallado de tal manera que había estado a punto de ser atrapada por los guardias del pueblo. Semanas y semanas de preparación para salvar a Isabella Lanbert de manos de su horrible marido y todo había fallado. No tenía a Isabella. Por primera vez desde que nació el caballero del crepúsculo, había fracasado a la hora de cumplir una misión. El alcalde se regodearía de aquello y lo usaría para su campaña alegando que casi lo tenía.

Conoció a Isabella Lanbert por la más pura de las casualidades. Se encontraron en Londres en la tienda de su modista favorita y entablaron conversación. Casualmente, ambas eran de Buxton, pero según Isabella, ella no solía salir mucho. Su comportamiento reservado y su mirada atemorizada la ayudó a darse cuenta de que algo pasaba con esa mujer. Cuando volvió a Buxton, le pidió a Phillips que la encontrara para ella. Fue fácil encontrar su apellido pero encontrarla a ella fue todo un reto. Vivían en una pequeña mansión a las afueras de Buxton, casi en el bosque. El marido solía frecuentar los clubs de caballeros y las tabernas de prostitutas. Mientras tanto, ¿dónde estaba Isabella? Investigando descubrió que nadie conocía a Isabella. Un día llegó a oídos de todos que el terrateniente se había casado, pero nadie conocía a la esposa. El aguijón de la curiosidad se adentró aún más en ella.

Su primer paso fue solicitar una audiencia con ella. Nadie en ese pueblo y en todo Inglaterra podría rechazar una audiencia con una condesa. El terrateniente la recibió con una sonrisa de oreja a oreja, encantado porque alguien de tan alta alcurnia mostrara interés en ellos. Ella alegó desear conocerlos, una simple visita de cortesía. Era bien cierto que nunca se habían visto. En el salón de té se encontró con Isabella y ella hizo como que no la conocía, no pudo culparla. El marido trataba de acaparar toda su atención, prácticamente prohibía hablar a Isabella, y se refería a ella como si fuera un mero objeto de su propiedad. Ella se puso enferma al escucharlo.

El segundo paso fue entablar una relación de amistad con Isabella. Su marido estaba encantado de que fueran amigas ya que eso le daba pie a fardar sobre la buena relación que tenían con una condesa por el pueblo. Ganarse a Isabella fue mucho más difícil. Ella era muy introvertida y se negaba a hablar de nada relacionado con su marido. De hecho, sólo se atrevía a hablar por su propio pie cuando él no estaba presente y, aún así, giraba la cabeza para vigilar la habitación como si temiera que él apareciera de la nada. Nadie se comportaba de esa manera sin una razón y esa razón llegó pronto. En una de sus visitas se adelantó diez minutos a la hora acordada y escuchó al marido gritarle lo inútil que era. Acto seguido se escuchó un golpe seco y un grito. Cuando el marido salió y la vio en el pasillo, se comportó como si lo que acababa de hacer no tuviera ni la más mínima importancia. Sin embargo, para ella sí que tuvo importancia y para Isabella también. Cuando entró en el salón, ella intentaba taparse inútilmente la sien con mechones de cabello. También vio pequeñas marcas moradas alrededor de su cuello. ¿Cómo tendría el cuerpo esa pobre niña? Si a penas tenía dieciséis años.

El tercer paso en su plan fue conocer los terrenos del terrateniente. Alegando querer distraerla de los abusos de su marido, le pidió que le mostrara los jardines, absolutamente todos los terrenos. Juntas recorrieron en varias ocasiones todos aquellos lugares. Isabella pensaba que la condesa se sentía fascinada por sus jardines; el terrateniente fardaba por el pueblo de que la condesa elogiaba sus jardines; la condesa, en realidad, estaba memorizando cada recoveco de aquel lúgubre lugar.

El cuarto y último paso fue reconocer toda la pequeña mansión para poder llegar a Isabella y sacarla de allí sin percances. Descubrió que había una enredadera que subía por la pared hasta la ventana de su habitación. ¡Era perfecto! Isabella no tenía cerrojos en la habitación, no tendría que forzar nada. Tuvo que mancharse de té uno de sus mejores vestidos para poder subir a su dormitorio, pero el esfuerzo mereció la pena.

ɛʟ ƈǟɮǟʟʟɛʀօ ɖɛʟ ƈʀɛքúֆƈʊʟօ |•INUYASHA•|Where stories live. Discover now