epílogo

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Epílogo:

El duque y el alcalde llegaron al pueblo justo cuando ellos se encontraban en mitad de la plaza siendo vitoreados por todos los ciudadanos. Como era evidente, no tardaron demasiado en descubrir que el motivo de celebración era el matrimonio entre el conde y la condesa. La hacienda Taisho y la hacienda Higurashi al fin estaban unidas. Se opusieron a voz en grito y les restregaron por la cara la orden del rey. Era el día de su boda con su flamante esposa y no estaba dispuesto a permitir que nada ni nadie se lo fastidiara. Ante todos los ciudadanos recitó a voz en grito todos los delitos del alcalde. Desde el soborno de la condesa, pasando por la amenaza, los matones a sueldo, las cuentas que no cuadraban en el ayuntamiento, los impuestos que pagaban prostitutas y la carta al rey alegando que la condesa se estaba volviendo loca. El pueblo lo condenó al instante y fue llevado a prisión por los mismos guardias que él contrató.

Ocuparse del duque requirió algo más de trabajo. Tuvieron que desplazarse a Londres y solicitaron una audiencia con el rey. El duque Akitoki la había solicitado al mismo tiempo y alegaba haber sido terriblemente tratado por los condes. Apaciguar al rey les resultó sumamente sencillo. El rey estaba disgustado al principio, pero en cuanto le explicaron que estaban enamorados, que se habían casado y que esperaban un hijo, su humor mejoró muchísimo y organizó todo un festín en su honor. El duque, sin salir de su estupor, reclamó a la esposa que se le había concedido intentando recordarle sus problemas mentales. Entonces, el rey pidió hablar con la condesa y en cuanto escuchó la dulce voz de Kagome desmintiendo todo el entuerto, asintió con la cabeza, dándole toda la razón, e hizo despachar al duque con un movimiento de muñeca.

Sesshomaru ganó las siguientes elecciones por mayoría absoluta. Todas las prostitutas fueron llevadas a una casa construida para ellas y recibieron clases para aprender a leer y escribir. Las que ya sabían hacerlo fueron las primeras en trabajar en el ayuntamiento. También se instauró el sufragio para las mujeres en Buxton y se las empezó a ver regentando negocios solas o con sus maridos, en perfecta armonía e igualdad. La asociación de Kagome se llenó más que nunca, pues los hombres del pueblo empezaron a acudir con sus esposas, sintiendo curiosidad por sus palabras. Las madres llevaron a sus hijos con la esperanza de que la nueva generación aprendiera en un ambiente de igualdad y libertad para ambos sexos. Kagome y Sesshomaru habían obrado un milagro en Buxton.

No se volvió a saber nada del caballero del crepúsculo, tal y como habían decidido. El sable y el sombrero ajado por el temporal continuaban en el claro, a la vista de cualquiera. En el pueblo se había convertido en una leyenda, el héroe que salvó a tantas mujeres. Algunas de esas mujeres volvieron para contar cómo habían sido rescatadas y llevadas a lugares en los que eran felices. Más de un marido suplicó su vuelta y aunque no todas quisieron, algunas aceptaron. Todos los hombres de Buxton tanto de clase alta como de clase baja habían cambiado.

Actualmente vivían en la hacienda Taisho. Decidieron cuál de los dos palacetes iban a ocupar a suertes y ganó el suyo. Aún así, la casa de Kagome mantenía sus puertas abiertas como la nueva sede de la asociación. En ella también vivían mujeres solteras con hijos y niños huérfanos que Kagome iba encontrando en los alrededores de Buxton. Cuidaba de todos ellos y los visitaba todas las semanas sin falta alguna. Él no podría estar más orgulloso de ella por su bondad y encantado cedía grandes sumas de dinero para la manutención de esas personas.

Se reclinó en su asiento con la pluma entre sus dedos y observó distraídamente los últimos documentos que había firmado. Estaba deseando terminar con su trabajo para salir a montar con su hijo tal y como le había prometido. Setsu Ken Taisho Higurashi, futuro conde Taisho e Higurashi, era uno de los niños más activos que había visto en su vida. No descansaba ni un solo segundo y no les dejaba descansar a ellos. Desde que nació no les daba ni un minuto de paz. Adoraba a su hijo, pero, a veces, era de agradecer un poco de silencio. Ya tenía seis años y en vez de empezar a calmarse, juraría que cada vez era más activo. Kagome siempre se quedaba con él y trataba de entretenerlo mientras él trabajaba para que no lo molestara. Si ella no estaba, un criado tenía que cargar con el niño. Para cuando él terminaba de trabajar y podía ir en busca de su hijo, el criado al que le tocaba encargarse de él estaba moribundo.

ɛʟ ƈǟɮǟʟʟɛʀօ ɖɛʟ ƈʀɛքúֆƈʊʟօ |•INUYASHA•|Where stories live. Discover now