6. Una sonrisa muy dulce

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La tienda del apotecario era pequeña e incómoda, iluminada apenas por unas cuantas antorchas que hacían el trabajo a medias, y llena de cajas y frascos con los que era casi imposible no tropezarse. A los dos dragonborn les bastó sólo un vistazo dentro para decidir que no había manera de que ambos entraran en tan reducido espacio con todos los demás, así que se quedaron afuera mientras Animam entraba con la parte más alfeñique de la compañía.

Había visitado el lugar un par de veces antes y no le agradaba. El ambiente estaba siempre enrarecido con una mezcla de olores que era imposible descifrar, y quizás era la estrechez, pero le parecía que siempre estaba al menos diez grados más caliente que afuera. Era sofocante.

Los otros tres parecían estar bien, especialmente el tiefling, que parecía un niño pequeño en una tienda de caramelos, observando con atención esmerada cada frasco y caja, y murmurando de forma ininteligible para sí mismo.

A su lado, Lilen bajó su capucha y descubrió su rostro con una expresión de alivio.

—¿Todo bien? —le preguntó el hombre.

—Sí, es sólo que está muy brillante afuera —respondió la elfo—. Los míos... No estamos muy acostumbrados al sol.

Detrás de ella, vio a Fräey rodar los ojos y negar con la cabeza. Debía contar como progreso que se contentara con el gesto y se guardara lo que fuera que iba a decir, pero aun así Animam se lamentó por no haber tenido la precaución de haberse tomado al menos un par más de cervezas si esperaba tener paciencia suficiente para lidiar con aquello por el futuro visible.

Por fortuna, la campana que sonaba en la puerta había anunciado su presencia y de una puertecilla salió el dueño del lugar, un gnomo anciano que se apresuró a tomar su lugar detrás del mostrador captando la atención de todos. Era la única criatura que parecía estar en la escala correcta con el lugar en el que estaban.

—¿Cómo puedo ayudarles? —dijo el pequeño sin verlos, mientras se sacudía un par de mugres de la ropa.

—Buscamos un par de esos paquetes de provisiones médicas que vende —respondió Animam.

El hombrecillo lo observó con detenimiento entonces, con ojos oscuros que se veían pequeños incluso tras lentes muy gruesos, y entrecerró los ojos.

—¡Pero si hace mucho que no venías por aquí! —le dijo con una sonrisa—. ¿Dejaste de pelearte en los bares?

Sintió a sus acompañantes mirarlo de reojo y se aclaró la garganta.

—Estoy aquí por negocios —contestó—. ¿Cuánto por los dos paquetes?

Pero mientras respondía, la mirada del gnomo se había desviado al resto de visitantes, primero al tiefling, que seguía observando con dedicación todo a su alrededor, y después a la drow, que se encogió de forma sutil bajo el escrutinio.

—¿Qué clase de negocios? —preguntó receloso el anciano,  con una expresión leve de desagrado en el rostro—. No quiero ser asociado con ningún tipo de actividad ilegal. 

—Esté tranquilo, no estamos asociados con ningún tipo de actividad criminal —se apresuró a responder Lilen, con un esfuerzo notable por disimular su acento, para sorpresa de los otros tres.

—Sólo necesitamos los paquetes, y saldremos de su vista —insistió el hombre.

—¿Dos de provisiones médicas? —repitió el gnomo mientras bajaba de su asiento y comenzaba a rebuscar en varias cajas bajo el mostrador—. Serán diez piezas de oro.

—Sí, a menos que tenga algo mejor —repondió Dantalion.

—¿Algo mejor como qué? —se enderezó el dependiente. El mago sonrió.

Las crónicas de Dragon FangsWhere stories live. Discover now