11. El Concejo de Xolaris

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Despertó con un sobresalto y abrió los ojos de golpe. Había luz entrando a raudales por una pequeña ventana.

Se sentó y todos sus músculos protestaron. Su armadura de cuero era flexible y suave, pero no para dormir a gusto dentro de ella, que era justo lo que hizo; había pasado la noche ovillada dentro de su capa sobre las mantas de la cama. Le tomó casi medio minuto recordar dónde se encontraba.

El Concejo de Xolaris, Thoromyr. Una torre de luz que los había devorado y los había arrojado lejos de la isla, de regreso en el continente.

Un golpe sonoro estremeció la puerta y Fräey se dio cuenta de que ese era el sonido que la había despertado.

Amahrot estaba en el pasillo cuando abrió la puerta, dos metros de armadura reluciente y porte de majestuosa belleza, con la elfo de níveos cabellos plateados a su lado.

—Buenos días, lamento despertarla, señorita Fräey —la miró de arriba abajo y ella fue muy consciente de que no sólo había dormido vestida, sino que aún estaba cubierta del mugre de un día en el bosque y la batalla de la noche anterior—, ¿se encuentra bien?

—Sí, ¿qué pasa? —contestó, su voz más queda de lo que pretendía.

—El Concejo nos solicita para audiencia —dijo la mujer—. Sólo faltas tú.

Fräey asintió.

—Salgo en un momento —dijo cerrando la puerta despacio.

En retrospectiva, había sido una mala idea separarse de Dhaerow. Debió quedarse junto a ella y que siguieran cuidándose las espaldas mutuamente, y no dejarse llevar y tratar de cuidar su propia espalda contra la pared, pero había pasado tanto tiempo desde que había hecho eso de pelear codo a codo con alguien...

Cuando volvió en sí en la semi oscuridad de la caverna, cada rincón de su cuerpo dolía, todas sus articulaciones se sentían rígidas y todos estaban muy calientes al tacto, o quizás ella estaba demasiado fría.

El resto de la noche era una secuencia borrosa. Recordaba al hombre, Telurian, y el hecho de que todo había sido una treta en la que habían caído como idiotas. Había captado todo, pero su cerebro estaba hundido en una niebla demasiado densa como para poder reaccionar de forma apropiada. A duras penas podía mantener los ojos abiertos.

Los hombres de uniforme los llevaron a través de pasillos y escaleras, y después ya no supo dónde estaban los demás.

Si esto fuera una trampa todos estaríamos muertos, dijo una voz en la oscuridad de su cabeza, pero para ese punto Fräey había perdido la capacidad de preocuparse por nada que no fuera una comida muy caliente o una pila de mantas pesadas. De repente la idea de huir o luchar le parecía un esfuerzo innecesario. No tenía nada por lo que luchar, nadie esperándola, y estaba tan exhausta, si la muerte había de venir por ella, bienvenida fuera.

Pero en lugar de ejecutarla, la habían puesto en una habitación y ella se había detenido sólo el tiempo suficiente para sacarse las botas, el equipaje y las armas antes de colapsar en la cama.

Se cambió de ropa y trató de verse tan presentable como era posible en apenas unos minutos. Después revisó que no faltara ninguna de sus posesiones y le echó un último vistazo a la habitación para verificar que no olvidaba nada; la estancia era pequeña y simple pero dotada con muebles de madera fina, y sus ojos cayeron sobre la mesa de noche, y la minúscula botellita que reposaba sobre ella. La acercó a su rostro y la examinó de cerca.

Si el color y la textura eran indicador alguno, se trataba de una poción como la que habían comprado el día anterior, una hecha bajo pedido a juzgar por la finura del frasco de cristal ornamentado en el que estaba envasada. Un regalo de suma generosidad por parte de sus anfitriones, siempre que no se considerara que eran ellos los que habían enviado a las cosas que la habían dejado en cama; le hubiera venido muy bien si la hubiera notado la noche anterior. A estas alturas se sentía como si estuviera empezando una resaca horrorosa, pero ya no valía la pena beberse algo tan caro para sentirse marginalmente mejor.

Las crónicas de Dragon FangsWhere stories live. Discover now