3. Un equipo

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—He estado trabajando y viviendo en una posada durante los años que he vivido en la ciudad. Es un buen lugar —Animam decidió ser quien rompiera el hielo una vez más—. Deberíamos quedarnos todos allí esta noche, y así estar listos para partir juntos mañana.

Fue así que una hora después, todos habían entregado sus armas y rentado habitaciones en la posada en la que el hombre había pasado los últimos tres años de su vida. Se encontraron todos sentados alrededor de una mesa en la cantina de la posada.

Era un buen lugar, aseado pero no reluciente, aceptable pero no demasiado cómodo, justo como a Tálandar le gustaba. La comida era muy buena.

—La comida es muy mala —dijo Dantalion haciendo su plato a un lado cuando Animam se levantó a pedir otra ronda de hidromiel para la mesa entera—. He comido rocas con más sustancia que eso.

—Ciertamente he tenido mejores —concordó Amahrot, dejando de lado los cubiertos que había utilizado con unos modales tan refinados que habían puesto a Tálandar incómodo. El brujo se dio cuenta además de que era la primera vez en todo ese tiempo que le había escuchado dar una opinión ligeramente negativa acerca de algo.

No se preocupó en comentarlo, bastante más interesado en apoderarse del plato que el tiefling había descartado y empezando a comerse todo lo que había dejado.

—Creo que dijo que era el cocinero aquí —apuntó Lilen despacio, haciendo a un lado su propio plato después de haber acabado a duras penas con la mitad de lo que contenía, con modales que competían con los del caballero plateado—. Quizás la comida era mejor antes de que él decidiera llevar una vida de aventurero.

—No debe ser difícil superar una comida tan mala como esa —insistió Dantalion recostándose en su asiento y abriendo uno de los libros que cargaba consigo, evidentemente ya no interesado en la conversación.

—Bueno, a nuestro compañero le ha gustado —dijo el otro dragonborn dirigiéndole a Tálandar una sonrisa—. Y a la señorita Fräey, también.

—Es comida —contestó ella encogiéndose de hombros. Había acabado con todo en su plato sin prisa pero sin pausa, diligentemente—. Está cocinada y no está rancia. No se puede pedir mucho más.

»Y por favor, llámame Fräey.

Tálandar miró a la chica, tratando de hacerse a una idea de qué pensar respecto a ella. La había visto entregar en el mostrador no sólo su carcaj de flechas, sino una espada corta, y no una sino dos dagas. Qué hacía alguien como ella con tal cantidad de armamento no podía explicárselo, pero todo en ella le hacía sentir más y más incómodo.

Él recordaba muy bien lo que era ser joven y sentirse invencible. Sabía lo irresponsable y estúpido que había sido entonces, y no le emocionaba la idea de estar atado por contrato a alguien que estaba atravesando esa volátil etapa de su vida.

Animam regresó con una bandeja llena de tarros de hidromiel y quizás olvidando que ya no trabajaba en el establecimiento, puso uno delante de cada uno de ellos (vacilando sólo una fracción de segundo antes de servir al tiefling) antes de ocupar de nuevo su asiento.

—¿De qué estamos hablando? —preguntó antes de levantar su vaso y beberse la mitad de un solo golpe.

—Nada de sustancia —se apresuró a decir Amahrot.

—En lo absoluto —le siguió Lilen con una sonrisa tímida—. Señor Animam, si no me es impropio preguntar, ¿qué le hizo abandonar su trabajo para decidir ser un aventurero?

—Bueno, supongo que sentí que ha había descansado el tiempo suficiente —contestó el hombre, mirando la bebida en su tarro—. Estuve viajando, buscando a alguien, por mucho tiempo, y hace unos años creo que me había dado por vencido, así que me asenté aquí. Pero creo que esta vida no era para mí, y finalmente decidí volver ahí afuera.

Las crónicas de Dragon FangsWhere stories live. Discover now