Un camino llamado hombre

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Doy la segunda vuelta a esta montaña rusa y todo parece haber terminado. Pero no por mucho. Vuelvo a bajar por la rampa y la fuerza de inercia se encarga de corromperme otra vez.

Vivir en un parque de diversiones debería ser genial. Pero no para mí.  Yo no soy feliz. La gente me golpea, me arrastra y me reclama. Como si fuera poco, algunos piden sus tickets de regreso. Pienso que han sido muchos años los que he estado aquí. Pero ya no lo soporto más.

Desde que vi la luz del faro y los rayos de luz tocaron mi rostro, pude notar que algo no andaba bien conmigo. No estaba convertido en lo que quería; era una simple lámina de metal que no se podía mover a voluntad.

Otro evento estrepitoso interrumpe mis pensamientos.

Mis llantas rechinan por exceso de velocidad e inmediatamente trato que el frenado no sea tan doloroso. Bajan ellos otros vez, tomados de las manos. Parece que a algunos les gustó el viaje, y eso es lo único que me complace.

-¡Ferry! -me llama mi fiel amigo, Rosbey- ¡Ven que aquí hay lugar!

Me dirijo hacia él. Por suerte, ya es mi último turno y solo debo esperar a que todos se vayan para poder reunirme con las demás máquinas. Con mucha práctica, había logrado avanzar por el riel sin la necesidad de un impulso eléctrico.

Me aproximo al lugar de reunión. Ahí se encuentra Viridiam, una computadora muy apta para su trabajo. Ella es la que siempre da comienzo al recorrido y regula la velocidad de los trenes. Al otro lado, un poco más abajo, se encuentra Forteen; un dispensador de tickets.

A nuestros costados, y como si de un alma perdida se tratara, se manifiesta Rosbey, a través de las tuberías de gas. Rosbey no era una máquina cualquiera. Él era gigante e indispensable para que todo el parque de atracciones pudiera funcionar. A través de sus incoloras tuberías solía llevar el tan preciado gas que todos necesitaban. Estaba muy bien hecho.

- Ferry, qué alegría verte -me saluda Viridiam, quien estaba escondida en su caseta de control- Hoy noté algunos cambios en tu velocidad

- No es nada. También es una alegría verlos. Después de todo, son los únicos que me comprenden -respondo

- ¿Cómo te ha ido hoy? Te noto alicaido -insiste Rosbey

Y yo sé lo me que sucede. No son solo incertidumbres las que atacan mi ser. También, siento desaliento y algo de dolor físico. Me escudo con lo último.

- Aún siento el dolor que me causó aquel técnico inexperto que me quiso reparar. No sabía lo que hacía.

- Suele pasar, Lord Ferry. Los humanos pueden ser muy lógicos; por eso el mundo les funciona. Sin embargo, cuando no aplican bien esa lógica es cuando el mundo deja de funcionar. Esa lógica de funcionamiento tiene el nombre de paradigma.

Aún recuerdo aquel extraño día. Había dejado de funcionar y contrataron a una persona para que pueda volverme a hacer andar. Él hablaba en voz alta, sabía el procedimiento que debía hacer. Pero se despegó por un momento de la lógica. En vez de manipular el circuito integrado, experimentó con la parte mecánica; y ahí fue cuando exploté.

- ¿Cómo aprendiste todo eso, Rosbey?

- Verás, a mí me cambian de manera muy seguida. Las máquinas de gas somos tan indispensables para este circuito que todo deja de funcionar si fallamos. Y es gracias a ese constante cambio que he logrado intercambiar opiniones con muchos ancestros.

Tenía una duda dentro de mí. Una duda que debía saldar.

- ¿Y cómo avanza el mundo si todos siguen la misma lógica para todo?

Rosbey responde. Es como si cada vez tuviera más seguridad de lo que me dice

- Esa es la cuestión. El paradigma te ayuda a funcionar, pero también hay algo llamado anti-paradigma, el cuál te ayuda a avanzar. Es lo que tú hiciste cuando dijiste que no podrías avanzar solo. ¿Recuerdas?

Me sorprendo. Rosbey tenía razón. Cuando tuve pequeños atisbos de conciencia, de repente empecé a sentir la carga de la muchedumbre que se posaba sobre mis vagones. Ellos gritaban y se zarandeaban, mientras que el operador elegía como me movía. Yo no tenía más voluntad que solo pensar.

Viridiam y Forteen permanecían en silencio,  escuchando nuestras conversaciones. No solían decir nada hasta que sintieran que su momento había llegado.

- Pero casi siempre se falla al aplicar el anti-paradigma -continuó Rosbey- ese es el problema

-  Y ese también es el causante del desaliento en el mundo -respondo

Noto que a pesar de que nuestra comunicación es telepática, nos seguimos entendiendo perfectamente

Lord FerryWhere stories live. Discover now