No hay maldición

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He recolectado suficiente dinero para llegar a Brasil.

Es de locos pensar que solo cantando lo haya logrado. Pero lo hice. Por un momento, me alegro de mí; pero por otro lado, me invade la melancolía. Pronto partiré de este lugar y no volveré a ver a todas estas personas que me ayudaron a conocer el mundo humano.

Tomo la libreta morada de Rosbey. La observo con detenimiento, cual madre que contempla a un bebé recién nacido. Abro una de sus páginas y noto que aún desprende ese típico olor a libro añejo.


La superstición

El hombre siempre ha tenido la costumbre de vivir en superstición. Y no es de extrañar, Lord Ferry. Tener la certeza de algo los coloca en una escala más alta de la sociedad.

Pero esto no está exento de problemas. Querer tener siempre la tiene razón lo puede llevar a uno a creer cosas que no son lógicas. Como por ejemplo, que el universo se ha puesto en contra de todo lo que hace. 

¿Y por qué la gente piensa que el universo se pone contra ellos? Porque cuando fallan dos o tres veces es mejor echarle la culpa a algo que no tiene conciencia, antes que a uno mismo. Sentirse víctima y no buscar las causas racionales es lo que da lugar al pensamiento supersticioso.

¿Recuerdas lo que te conté sobre mis amigos líneas arriba? Pues mis ancestros dejaron de intentar sus objetivos porque creían que el universo había conspirado en su contra. La gente aún cree  en las maldiciones, aunque lo digan de broma. Todos necesitamos creer en algo. 

Lord Ferry, no caigas en la trampa de creer que al tercer intento el universo ya está conspirando contra ti. Eso es falso. No hay maldición. La superstición solo se puede romper cuando te demuestras de lo que eres capaz.

Tener que dejar la comodidad de la maldición es lo que representa la tercera gran pelea con el mundo.


Sus últimas palabras me dejaron pensando. Siento como si un pequeño eco de todo lo dicho revoloteara en mi cabeza; una y otra vez.

Y es que realmente era muy difícil dejar de creer en la superstición. Yo lo había comprobado hace algunos días. En una tienda que por aquí había, una señora le pedía a su hijo que escribiera sobre los boletos de lotería con la mano derecha. Yo no pude evitar acercarme y preguntarle por que lo hacía así.

Ella me contestó: "Es que me da suerte". A partir de ahí, no quise ahondar más. Era obvio que si eso le daba suerte, ya sería millonaria una y otra vez.

Me di cuenta de algo más. En el mundo humano, basarse en la lógica a veces duele. Si el número te puede anunciar algo peligroso, entonces se convierte en un frío número. Pero si el número te anuncia lo que vas a ganar, sacas a relucir cada una de sus cifras.

Quizás por eso se inventaron los sentimientos; como una manera de escapar a tanta exactitud.

Cierro el libro de Rosbey. Hoy me ha dado mucho en qué pensar. Lo bajo ligeramente por debajo de la altura de mis ojos y veo a Botero cabizbajo. Hoy ha estado muy extraño; casi no ha hablado. Es más, hace días lo he notado algo indiferente, como si tuviera el pensamiento ido.

Quizás algo le afecte mucho. No aguanto verlo así. Me levanto y camino hacia él.

- Botero ¿Qué sucede?

Botero tarda unos segundos en contestar.

- Nada. Cosas de vagos.

- Pero yo también soy vago ¿De qué no me he enterado?

Botero tiembla muy fugazmente al escuchar esas palabras. 

- De nada, hombre -menciona, mientras se levanta y aleja caminando.

No voy tras sus pasos. Ni si quiera me ha visto a la cara. Él no siente tristeza, siente algo diferente de la tristeza que no puedo descifrar.

Hago cuentas en mi mente. Yo le había contado que en poco tiempo tendría que partir hacia Brasil. Quizás, luego de eso, haya sentido que lo he venido a dejar a su suerte.

- Los amigos que uno piensa que tiene, se van.

¡Botero me lo dijo! Y lo convencí de que la gente no era así. No podía tan solo llenar mis billetes verdes e irme. Miro mi lata. Se ha llenado bastante bien. También he guardado billetes en muchos escondites que solo Botero y yo sabemos.

Esta tarde, antes de dar mi último show, lo buscaré.

Después de algunas horas, las luces del parque se encienden. Los reflectores anuncian la llegada de la tarde, y con ella, el inicio del espectáculo del vago.

Botero se encuentra en el mismo lugar de siempre, debajo de un árbol de palmera. Sigue con su postura cabizbaja y sostiene un tablero con la mano. Me acerco, muy lentamente, hacia él.

- Botero, hoy inténtalo.

Su mirada sube inmediatamente. Es como si no hubiera notado que estoy aquí.

- ¿Intentar qué? -respondió con la voz constipada.

- Bailar ¡Baila hoy mientras yo canto! La gente te va a aplaudir.

Botero mostró su negativa.

- Yo no soy de los vagos artistas. Soy de los que vaga -dijo seriamente.

- Eso no es cierto. No hay maldición alguna. 

Botero no volvió a alzar la mirada. Ni si quiera me miró a mí. Se encontraba mirando hacia el suelo, como un animal indefenso y arrepentido.

- No es nada, muchacho. Anda ahora.

- ¿Te puedo ayudar en algo?

- No quiero hablar de ello.

El rostro de Botero mostraba pesadumbre . Una extraña pesadumbre que nunca antes había tenido la oportunidad de ver.

Lord FerryWhere stories live. Discover now