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Island despertó. Era una mañana sombría, lluviosa, con mucho viento. El día era perfecto para colocarse los cascos y escuchar música a todo volumen. Island era una joven callada, analítica y solitaria a la que le gustaba encerrarse en su mundo. Ocupaba su mente en cosas más productivas que malgastar el tiempo saliendo en grupo y viviendo la vida loca. Tiempo antes sus padres se habían divorciado y ella se encontraba en un gran agujero de depresión del cual le costaba trabajo salir. Hoy era su cumpleaños, aunque la joven realmente no esperaba que sus familiares lo recordaran, solo quería pasar desapercibida frente a los ojos de los demás.

Eran las 8:33 de la mañana y todavía seguía acostada. Su cumpleaños había caído en sábado y lo único que deseaba era pasar el día en cama, viendo videos y tal vez comiendo, pero sin que la molestasen. El día parecía tranquilo hasta cierto punto: no había ruido fuera ni dentro de la casa, era como si estuviera sola. Todo se encontraba en paz y armonía hasta que un grupo de personas entró cantando con alegría al unísono: «Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños, querida Island, feliz cumpleaños a ti». Island estaba seria, no sentía emoción alguna por ver a sus familiares ahí parados, con un enorme pastel de chocolate belga, disparando confeti por todos lados; más bien estaba molesta, incómoda.

—Island, cariño, te hemos traído un delicioso pastel preparado en el lugar que tanto te gusta; deberías darle una probada —comentó su madre con una sonrisa.

Island la miró con desprecio y al cabo de unos segundos esbozó una enorme sonrisa falsa.

—Gracias —respondió con seriedad—. Ya que ocuparon parte de su tiempo en esto, y ahora están esperando una respuesta de mi parte ¿pueden retirarse de mi habitación? Deseo estar sola.

—Claro que sí, hija. Por cierto, en un rato llegará tu padre a felicitarte. Te llamaré para que bajes, pero no esperes que estemos todos juntos.

—Como si quisiera.

—Y tampoco esperes un regalo de su parte, tú bien sabes que es un irresponsable y un egoísta. Probablemente te salga con el mismo cuento de siempre.

Su madre se retiró junto con su hermano Cole, su hermana Sam y su padrastro; el único que se quedó fue su perro, Paco. El pequeño can blanco saltó a su regazo cubierto por las sábanas y se acomodó entre sus piernas, acostándose y cerrando los ojos. Ella volvió a recostar su cabeza y se quedó dormida nuevamente.

El día había pasado muy rápido desde que se quedó dormida; a las seis de la tarde ella seguía acostada y alguien tocó la puerta.

Island apenas veía su entorno pero lo que vio era confuso: los edredones se encontraban mal extendidos, su ropa tirada, sus libros aventados... estaba un poco mareada.

—¡Island! —su madre la llamaba desde el piso inferior.


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