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Una niña de aproximadamente nueve años salió de la oscuridad asustada, abrazada a su pequeño oso de peluche. Fue el muñeco el que le llamó la atención debido a que, cuando era pequeña, sus padres le habían regalado uno muy parecido o incluso igual.

Island la examinó de arriba a abajo, dándose cuenta de que la pequeña tenía la misma cadena en el tobillo que el señor que observó la primera vez que entró en el juego. La niña se escondió asustada detrás de unos bloques derrumbados, tirando su oso. Island lo tomó y lo examinó cuidadosamente. Traía una etiqueta traducida que decía:

«Para nuestra pequeña. Te amamos, mamá y papá».

—Así que tus padres te regalaron este peluche, ¿eh? ¿Los estás buscando? —preguntó aproximándose a los bloques.

Cuando estuvo lo más cerca que pudo, la niña ya no se encontraba ahí. Sin embargo, había dejado tirado otro oso de peluche aún más pequeño, que tenía otra etiqueta que decía:

«Este oso representa a tu nuevo hermano».

Island lo sostuvo y lo examinó. Después de unos segundos, lo guardó junto con el otro en su inventario.

Buscó nuevamente a la niña sin éxito.

Siguió caminando por el extraño edificio hasta que, frente a ella, en la lejanía, pudo divisar la flor rojiza encima de un pequeño pedestal. Corrió hacia ella, pero cada vez que daba un paso parecía que se alejaba más y más.

Después de unos momentos, se dio cuenta de que el motivo de su fallo fueron dos enormes sombras que la jalaban hacia atrás a cada paso que daba. Eran demasiado fuertes; intentar zafarse de ellas parecía una tarea casi imposible, hasta que recordó que las sombras le temían a la luz. Una de las rayas parecía que se estaba borrando lentamente: parecía mala señal, así que decidió hacer algo al respecto. Recordó que las sombras y los espectros no pueden ser atacados de forma física, así que usó lo que tenía a mano. Apuntó directamente a las sombras con sus rayas del brazo y se iluminaron, otorgándole un arma perfecta: la luz.

Las sombras se disiparon y finalmente pudo correr hacia la flor. Al llegar a ella, intentó tomarla, pero en el momento en que lo hizo la flor se volvió un líquido rojizo, espeso, con un fuerte olor.

«Sangre», pensó.

La flor había desaparecido, pero su logro se había reflejado de forma visual en su rostro: apareció una pequeña raya rojiza en su mejilla. El suelo se empezó a quebrar y cayó al vacío. Holográficamente fueron recreándose el cielo, las nubes, plantas... Después de unos segundos de caída libre, fue a parar a una fuente. Salió del agua y observó a la gente que pasaba a su alrededor, todos con la mirada perdida, un tono de piel canela, ojos grandes, cabello casi negro y algunas mujeres traían un punto rojo en la frente: un bindi.

«No puedo creer que haya logrado superar tan rápido el primer nivel. No puedo creer que ya esté en...».

Al darse la vuelta apreció un hermoso templo..

«El Taj Mahal», concluyó estupefacta.

Antes de continuar la marcha vio en su reflejo que su ropa había cambiado: ahora vestía una larga falda roja jalonada de adornos brillantes, una playera corta del mismo tono, un collar de diamantes, arracadas grandes con varias bolitas en ellas, muchas pulseras y un velo translúcido color rojizo que colgaba desde su hombro hasta un poco más abajo de su cadera; llevaba el cabello suelto y completamente lacio.

«Vaya, vaya, siempre quise saber cómo me vería con un atuendo hindú», pensó.

Island llevaba cuatro horas dentro del juego, aunque ella lo sentía como si solo fuese una hora.

Island llevaba cuatro horas dentro del juego, aunque ella lo sentía como si solo fuese una hora

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