:) 9

308 17 0
                                    

2 horas antes...

James se deshizo de todo aquello que pudiera ayudar a su localización: el celular, el GPS del VRM, su reloj, el uniforme de agente e incluso el carro. Lo dejó todo abandonado en un bosque baldío alejado de la civilización. Caminó kilómetros hasta llegar a un centro comercial en donde corrió semidesnudo hasta una tienda de ropa. Allí se compró unos pantalones y una camisa polo. Salió aparentando normalidad, pero para su mala suerte, muchas personas lo habían visto previamente actuar de una manera muy extraña. James caminó por toda la plaza buscando un lugar en donde poder comprar agua, hasta que chocó con un hombre alto, aproximadamente de 1,90 m de estatura, calvo, con unos pantalones muy entallados y una camisa naranja de manga larga. Venía comiendo un muffin, por lo que con el impacto las migajas le cayeron a Castel.

— ¿Estás bien amigo? —preguntó Fernando entregándole la única servilleta que tenía.

—¡Fíjate por dónde caminas! ¡Ya manchaste mi nueva camisa! —reclamó James mientras se intentaba limpiar.

—Tú fuiste el que chocó, yo solo intento ser amable. Espera un momento... ¿James? —preguntó haciendo una mueca de disgusto.

—¡Fernando...! —contestó igualmente a disgusto.

—Así que andas diciendo que no tienes dinero y vienes a comprarte ropa de marca al centro comercial. Eso no está bien.

—No sabes por lo que he pasado, y creo que eres el menos indicado para reclamar.

—Estoy casado con la madre de tus hijos y eso me vuelve parte de tu situación.

—Te felicito —expresó James con sarcasmo.

—Muchas gracias —respondió Fernando de igual manera.

Antes de que pudieran seguir discutiendo Marianne llegó y puso un alto.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó.

—Nada, solo que tu maridito arruinó mi camisa nueva con migajas de pan —contestó James molesto.

—¿Camisa nueva?—respondió ella.

—Es lo mismo que acabo de decirle yo. Aparte, no puedo creer que un científico no gane ni un centavo —añadió Fernando.

—Soy un científico solitario que trabaja para sí mismo, para nadie más. Mis ingresos proceden de las regalías del libro que acabé dando al Instituto de Ciencias de Georgia acerca de mi teoría, pero es poco —se defendió Castel.

—Ah, la teoría por la que nos abandonaste —reclamó Marianne.

—Tú no me apoyaste, incluso me corriste de casa —añadió James.

La discusión se estaba agrandando, pero antes de que continuara, Sam, la menor de los hijos de Marianne y James, apareció con un helado en sus manos.

—¡Papi! —exclamó, alegre, alzando sus brazos hacia su padre.

—¡Hola, mi amor! —respondió James, cargándola. 

—Mami, ¿papi va a ir a casa? —preguntó la pequeña niña de siete años embarrada de helado de chocolate por toda la cara.

—No, Sam, se tiene que ir —contestó Marianne fríamente.

—Pero lo extraño.

—No te preocupes, amor, espero que nos veamos pronto —respondió su padre bajándola al suelo cuidadosamente.

Por mucho que Castel supiera que muy probablemente ya no viviría en las próximas horas, su intelecto era muy avanzado; era muy escurridizo y sabía escapar siempre de las situaciones más complicadas.

—Bueno, ya despídete de tu papá; que no sé hasta cuándo volverás a verlo —le dijo Marianne a su hija.

—Espera, Marianne, ¿y Cole? —preguntó James.

—En casa, con Island.

—¿Qué hace? —volvió a preguntar.

—¿Qué te importa? Más bien, ¿por qué no le preguntas tú? —contestó cortante.

—No traigo celular.

—¡Ja! El señor no trae celular. ¡Por Dios! Si hace unas horas te vi con uno último modelo.

—Lo tuve que dejar en una casa de empeño —contestó. No pensaba decirle a nadie acerca de la situación ilegal en la que se encontraba, y mucho menos a su exmujer.

—Vaya, ¿y vas a mandarnos ese dinero? —preguntó Marianne.

—¿Qué hace Cole? —inquirió de nuevo evadiendo la pregunta de Marianne.

—Jugando a los videojuegos, como siempre.

—¿Qué tipo de videojuego?

—¡La consola que le regalaste hace unos meses! ¡Deja ya de preguntar!

—Por más que te lo llegue a pedir, no permitas que Cole use un VRM —le pidió preocupado.

—Tú no me puedes decir qué hacer —contestó ella tajante.

—No te estoy dando órdenes, solo te digo que pondrás la vida de mi hijo en peligro si lo haces.

—También es mi hijo, ¿eh? —respondió Marianne—. Además, si tan peligroso es, ¿por qué le regalaste uno a Island por su cumpleaños?

—Yo no pensaba hacerlo.

—¡Vaya! Así que no le ibas a regalar nada. No me equivoqué: sí que eres un desperdicio.

—No lo soy.

—Mari, ya vámonos, tengo que estudiar para el trabajo —le dijo Fernando a Marianne.

—Ya despídete de tu padre, Sam —le dijo a su hija.

—Adiós, papi —se acercó y le dio un beso con helado.

James volvió a quedarse solo en la plaza.


Media hora después...

Marianne, Fernando y Sam llegaron a casa. La pequeña se fue a su habitación a dormir y Fernando se quedó en el comedor estudiando. Marianne se dirigió hacia el cuarto de Cole y lo vio jugando a los videojuegos.

—Recuerda que a las 9 lo apagas —le dijo.

—Sí, sí, sí, solo acabo una última partida de media hora y ya —le contestó sin mirarla.

—Eso espero, al rato bajaré a comprobar que sea cierto.

Salió de la habitación sin respuesta de su hijo, cargó a Paco y lo subió al cuarto de Island.

—Island, te traje a Paco —le dijo dejándolo en la cama.

No recibió respuesta, así que se acercó y por unos instantes creyó que su hija se había quedado dormida con el VRM puesto, pero luego se dio cuenta de que el holograma encima de su rostro significaba que seguía encendido.

—No la molestaré más, solo por hoy: es su cumpleaños. —Y salió de la habitación.

VIRTUALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora