CINCO

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Mis sueños son confusos, aparece mi madre y Tandara, veo el cadáver de un chico cubierto de sangre. Es Hyo, pero totalmente humano. Chillo y me despierto. El corazón me palpita muy rápido y mi respiración es irregular. Me incorporo sobre la cama y con los ojos entrecerrados miro el reloj de la mesita. Marca las tres de la madrugada, suspiro y me dejo caer sobre la almohada, tengo la impresión de que no voy a poder dormir de nuevo.

Con pasos lentos me dirijo a la zona que usamos como gimnasio, quizás algo de ejercicio me canse y pueda dormir. Para mi sorpresa, la luz está encendida. Dentro, Sensa golpea un saco de arena. Es una mujer curiosa, en la que apenas he reparado desde que la conocí. Flaca y de piel ligeramente tostada, con pómulos marcados y grandes ojos verdes. Lleva el cabello recortado en una corta melena canosa, a pesar de ser joven.

—¿No puedes dormir? —me pregunta cogiendo el saco.

Yo niego con la cabeza.

—Tú tampoco, ¿no?

—Sufro problemas de insomnio, desde siempre —contesta sonriendo.

Cojo una comba y empiezo a saltar. Cada vez que la cuerda golpea el suelo me obligo a pensar en algo distinto, pero no me quito de la cabeza lo que me dijo Hyo. No imagino lo que debe sentir, saber que su misión era matarme... La voz de Sensa me devuelve a la realidad.

—Estás preocupada por Hyo, ¿verdad?

—¿Tanto se nota? —digo después de casi tropezar con la cuerda, la mujer asiente.

—Sé cómo te sientes.

La miro extrañada. Qué vas a saber tú si ni siquiera me conoces. Sensa golpea el saco una vez.

—Mi mejor amigo se llamaba Iteo, lo conocía de siempre —otro golpe al saco—. Éramos inseparables —sonríe al recordar—. Pero un día le atacaron y golpearon la cabeza. Cuando fui a verle, había perdido la memoria y pensaba que era su enemiga.

Sensa golpea el saco de nuevo y se limpia el sudor. No me mira y ninguna de las dos dice nada. Se me hace extraño que me lo haya explicado, siempre es tan callada, tan seria... Lo siento mucho, me gustaría decirle, pero no lo hago. Ahora comprendo por qué suele ser tan seca, cuando la vida te rompe el corazón en pedazos, la única manera de no rendirse en convertirlo en hielo.

—Buenas noches —dice al cabo de un rato.

Yo me despido con un gesto de la cabeza y continúo saltando hasta que me canso. Al volver a la habitación me quedo tumbada en la cama durante largos minutos, sigo sin ser capaz de dormir. Mis sueños vuelven a ser confusos. Me levanto de nuevo y deambulo por los pasillos del búnker sin saber muy bien qué hacer. Me paro frente a la puerta de la habitación de Hyo y titubeo si llamar o no. Finalmente entro sin preguntar. Él está descansando sus sistemas, pero se percata de mi entrada.

—¿Yadei? ¿No puedes dormir? —me pregunta.

Yo niego con la cabeza y me acerco a él. Mi fachada fuerte amenaza con romperse en cualquier momento. Observo su rostro pálido, con algunas heridas aún cerrándose en su piel sintética, sus ojos pardos y tranquilizadores, el cabello castaño que le cae sobre la frente. No parece capaz de ser un soldado, y mucho menos de recibir la orden de acabar conmigo. Se sienta sobre la cama y hace un gesto para que me siente a su lado. Su mirada parece la de un cachorro asustado. Me doy cuenta de que incluso tiembla un poco y se mantiene distante. Le cojo de la mano y se la aprieto, quiero que sepa con no tengo miedo, que sigo confiando en él. La pregunta sale de mi boca con un hilo de voz:

—¿Quién?

Él no necesita que diga más para comprenderlo, se remueve incómodo y aparta la mirada.

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