SIETE

119 22 12
                                    

El aire frío azota mi cara, pero no es lo que me hace estremecer, pues un grueso abrigo caqui me protege del clima hibernal. Lo que me hace estremecer es el estado de Táborshlek, todas las casas fuera de las murallas están desiertas, la mayoría destruidas y marcadas por las armas de plasma. Grandes agujeros debilitan el muro protector, a pesar de que la gente hace lo posible por cubrirlos. Hoy, los drones no atacan. La muralla está rodeada por enormes muros de fuego, fogatas que arden con control para servir de defensa. Al menos unos cuantos drones fundirán sus circuitos antes de rebasarlas. Entramos por una de las muchas oberturas que está siendo tapada, ya nadie repara en nosotros, unos extraños que visten con ropas diferentes. El interior de la ciudad es igual de desalentador: no hay nadie por las calles y el silencio reina sobre todo. Tan solo algunos llantos lo rompen. Los cadáveres metálicos de los drones se encuentran despedazados y la gente utiliza su carcasa como armadura. Veo niños que se escurren entre las calles, entran en las casas y roban comida. Pero nadie repara en ellos, nadie los regaña, ya no tienen nada que perder, se han quedado sin familia.

Tobat se encuentra en la plaza y hace señas a familias que llevan consigo sus pertenencias. Todos ellos cabizbajos y tristes. Cuando nos ve, habla con otro guardia y se acerca a nosotros. Ahora puedo verle mejor, el disparo de Yaroc no solo le alcanzó el hombro, sino que una fea quemadura se cura en su cuello. Cuando ve a su sobrino ablanda la mirada y hace amago de abrazarlo, pero Yaroc se aparta disgustado.

—Siento haber sido tan estúpido, Yadei —dice.

Yo asiento lentamente, sin saber cómo contestar. Recuerdo las palabras de Hyo, ahora Tobat está de nuestra parte.

—¿Adónde van? —pregunto señalando a las familias.

—A la cárcel. —ante mi perplejidad, aclara—: Es el edificio más seguro por ahora. La sólida roca no caerá por unos cuantos disparos. Tenemos víveres para aguantar todo el invierno. —Añade con un hilo de voz.

Sé que quiere decir con ese tono: no cree que puedan aguantar tanto. Trago saliva, tienen víveres para dos meses, quizás menos. Después empezarán a morir de hambre.

—He enviado viajeros a las aldeas, para que adviertan de estos ataques —continúa.

—Deben ir a las ruinas —la voz de Hyo es distante—. Solo allí estarán seguros.

Tabot palidece. Las ruinas de las ciudades son aterradoras, pero he de reconocer tienen muchos lugares donde esconderse.

—La mayoría poseen antiguos alcantarillados o vías de metro. Están bajo tierra y sepultadas por grandes edificios, son lugares más seguros —explica Hyo.

—Pero... la Peste... —tartamudea el hombre.

—La radiación de las ruinas es inofensiva —tranquiliza Ogue—. Y los patógenos ya han muerto, no hay Peste.

Tobat asiente y da órdenes a unos cuantos viajeros. Éstos palidecen del mismo modo al oír el mensaje que deben transmitir. El guardia se vuelve hacia nosotros.

—¿Y vosotros? ¿Qué haréis?

Misuk es la que contesta, seria y decidida.

—Intentaremos detenerlos, a los drones. Conocemos la localización del centro de mando principal, el lugar desde donde reciben órdenes.

—Iremos hacia allí —continúa Sensa—, esperamos no tardar más de dos meses y medio. Y los detendremos.

Hasta yo sé que es un plan destinado al fracaso, el frío es demasiado intenso para hacer un viaje tan largo. Nos quedaremos sin provisiones o moriremos congelados. Bueno, menos Misuk y Hyo, ellos son los únicos que podrían hacer este viaje sin siquiera pestañear: pueden estar todo ese tiempo sin dormir ni comer, solo caminando. Yaroc agita los dedos, nervioso. Ha decidido venir con nosotros, por extraño que parezca. Ese tal LV se ha mostrado conforme. Hyo me ha repetido varias veces que esta es mi oportunidad para volver a casa, pero no pienso volver. Primero, porque le he hecho una promesa y, segundo, porque yo formo parte del plan.

Errores | Completa | HO 2Where stories live. Discover now