ONCE

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Fue como si el mundo se enturbiara de repente. Ni siquiera fui capaz de procesar lo que ocurría. No hasta que mi espalda golpeó la fría nieve y comprendí que había salido disparada por una fuerza descomunal. El estruendo llegó después, seguido por un terrible pitido. Me dolían los ojos y los oídos y no sentía mi cuerpo. Oí voces que me llamaban, preocupadas por mí, brazos que me ayudaban a levantarme y sombras borrosas de personas que me hacían gestos con las manos. ¿Por qué no podía entender lo que decían? El pitido seguía ahí, horriblemente fuerte. Mi vista se aclaró tras unos instantes y solo entonces pude comprender qué había ocurrido: Sarbeik había explotado y la onda expansiva me había alcanzado. Demasiado lejos para sufrir quemaduras pero lo suficientemente cerca para recibir un impacto. Las casas ardían, devoradas por un fuego que parecía tener vida propia, consumiéndolo todo. Mi respiración agitada era lo único que parecía ser constante, y ese dichoso pitido.

No pudimos salvarlos. No pudimos advertirles, ni siquiera nos dio tiempo de decirles que se escondieran, que huyeran. Áster ya no existe, ahora no es más que un montón de cenizas, como el resto de personas que vivían allí, como Tandara. Sé que no es mi culpa, que yo no hice que la aldea explotara, pero no puedo evitar sentir cierta culpabilidad: desde mi accidente las cosas no han hecho más que empeorar. Parece como si todo estuviera coordinado con mi llegada al Exterior.

* * *

En el dibujo tengo el pelo de colores. Todos parecemos felices. Incluso el garabato marrón que supuestamente es Fiko está sonriendo. Cómo me gustaría que fuera así. Los niños saben ver lo mejor de todas las situaciones. Ojalá volver a ser una niña, olvidarme de las preocupaciones, la culpa... Volver al instante en que ningún problema era tan grande como para no dejarme dormir.

Conseguimos llegar al complejo del que nos hablaron Abía y Nómed. Es un lugar extraño. La mayoría de actividades las hacen bajo tierra, pero también poseen edificios al aire libre, tienen huertos, animales... Y sí, también tienen un todoterreno. El coche necesita que lo reparen, así que Misuk, Hyo y Sensa se encargan de eso. Yaroc se está recuperando en enfermería, está más extraño de lo normal, desde la explosión de Sarbeik no ha dicho absolutamente ni una sola palabra. Yo sé que también estoy más callada de lo normal, pero el recuerdo del fuego consumiendo los restos no para de repetirse en mi cabeza una y otra vez.

—Aquí estás —Hyo apoya sus manos en mis hombros e interrumpe mis pensamientos.

Mira el dibujo y sonríe.

—Creo que sales favorecida —comenta en tono divertido.

—¡Oye!

—Shh, vas a despertar a los niños —señala las literas a nuestro alrededor.

Todos los niños duermen juntos en diversas habitaciones a lo largo del complejo.

—Tienes razón. —Le cojo de la mano y salimos al pasillo—. Hyo... yo...

Bajo la mirada. Cuando llegamos a mi ciudad Hyo insistió en que era mi oportunidad, que el Vínculo me abriría las puertas, pero yo ni siquiera podría imaginarlo. Ya no sentía que aquel fuera mi hogar. Lo que antes me impulsaba, volver a casa, ya ha perdido todo su significado. No quería volver. Sabía que si volvía no habría esperanza. Y Hyo no podría venir. Así que me negué. Los humanos del Exterior se merecen una oportunidad. Se merecen vivir, y yo formo parte del plan que puede significarlo todo.

—Lo sé, no te preocupes. Es tu decisión.

—No, no es cuestión de que sea mi decisión. Quiero que lo entiendas, que comprendas por qué he tomado la decisión que he tomado.

Cierro los ojos y empiezo a caminar por el pasillo. Respiro profundamente.

—Hay dos hoyos. Uno es oscuro y estrecho, el otro es amplio y limpio —empiezo a recitar un viejo cuento—, uno está lleno de veneno y el otro de agua. Pero no puedes ver el fondo. Tienes que saltar.

—¿Por qué?

Dirijo mi mirada hacia los ojos pardos de Hyo.

—Porque sino los guardianes te verán y te matarán. Debes dar un paso adelante, el tiempo se acaba. Dos personas antes de ti han escogido su camino. Ninguna ha respondido a tus llamadas. ¿Qué escogerías?

—Un humano no podría saber qué hay en los hoyos, ¿cómo podría escoger?

—Sabes que el hoyo estrecho es muy profundo, pues tus gritos se pierden en él. No puedes saber nada del hoyo amplio, porque la luz es cegadora. ¿Sabes qué ocurre al final?

—¿Qué ocurre?

—El hoyo estrecho es el que tiene el veneno y el hoyo amplio, agua. Pero todos aquellos que se ocultaron en el hoyo amplio murieron, los guardianes los encontraron. En cambio, los que se ocultaron en las paredes del hoyo estrecho sobrevivieron. Los guardianes no pudieron verlos y pensaron que cualquiera que se hubiera ocultado allí habría muerto por el veneno.

Hyo enarca las cejas.

—Nos contaban este cuento para enseñarnos que a veces tendríamos que escoger caminos en la vida que no nos parecerían los más agradables pero que, al final nos proporcionarían un futuro mejor —llego hasta la sala donde están nuestras literas y abro la puerta con cuidado—. Yo he escogido resguardarme de los guardianes entre las paredes, a pesar de no saber qué hay más allá. El Exterior es ese hoyo con veneno en lo hondo.

Al entrar en la habitación, Fiko se levanta silencioso de su manta, da unas cuentas vueltas a mi alrededor y luego se vuelve a tumbar. Mi litera es justo la que está encima de Hyo, es metálica, incómoda y chirría, pero es lo mejor que tenían. Desde aquí arriba puedo observar a los demás durmiendo, me pregunto qué ocurrirá en sus sueños. ¿También tendrán pesadillas como yo?

Por la mañana los niños apenas me dejan desayunar. Quieren que vaya a jugar con ellos y me tiran con sus bracitos. Fiko agita la cola alegre y se entretiene destrozando los peluches que los niños ya no quieren. A veces tengo que regañarle por lo bruto que es, pero los niños no parecen ser conscientes de ello. Me enseñan juegos y canciones y yo hago lo que puedo por seguirles el ritmo. Nunca he sido especialmente buena con los niños pequeños, pero estos me transmiten una felicidad tan auténtica que casi me siento yo feliz. Pienso en cuántos niños como estos deben de estar esparcidos a lo largo del planeta. Niños que morirán si algo no sale bien.

—¿Yadei? —un niño albino me tira del pantalón, es muy pequeño— ¿Bem?

—Sí, estoy bien —contesto con una sonrisa.

—He... hecho un 'ibujo —el pequeño se balancea cohibido.

—Vamos a ver.

Le acompaño junto a los demás niños, dejando que sus risas y miradas inocentes me hagan olvidar la angustia que me consume.

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