TRECE

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Me doy cuenta de que estoy con la boca abierta y que hace rato que no cojo aire. Trago saliva y parpadeo varias veces. Me levanto de un salto y empiezo a morderme el labio. Mi mente empieza a formularse varias preguntas, ¿por qué mamá no me dijo nada? Vale, no es un brazo mecánico ni ninguna parte visible de mi cuerpo, pero... Una parte de mí es mecánica. ¿Eso en qué me convierte?

—Eso explica muchas cosas, como el hecho de que te puedas conectar a mi mente y lo del dron en las ruinas —Hyo me coge por los hombros y sonríe—. En el fondo, no somos tan distintos.

—Pe-pero... —apoyo mi cabeza sobre su pecho, aún sin ser capaz de procesar la información.

—Tranquila, habla. Di lo que necesites.

—Entonces no soy tan humana —no puedo evitar pensar en ello constantemente.

El androide suelta una risita.

—¿Acaso una persona con una prótesis es menos humana? No, claro que no. Todo depende de lo que tengas aquí —me señala el corazón—. Y yo sé que eres una persona noble. Te conozco y por eso te quiero.

Empiezo a dar vueltas. Si tan solo supiera cómo me siento ahora... Sus últimas palabras ni siquiera me hacen reaccionar. No me siento una persona noble, ni mucho menos. Él sí es noble, Hyo es la persona más noble que jamás he conocido. Sus objetivos se centran en ayudar a los demás, aun si eso supone enfrentarse a terribles dificultades. ¿Pero yo? Yo no soy así. Quiero ayudar a la gente, eso sí, pero tengo miedo. Preferiría mil veces quedarme aquí encerrada, sabiendo que estoy protegida, antes que salir ahí fuera y enfrentarme a lo que se interponga en nuestro camino. Pero como también soy una mentirosa me construyo una fachada, haciendo ver que soy fuerte y que no le temo a nada. Eso es lo que soy: una cobarde y una mentirosa. No soy noble.

—Yadei, ¿qué ocurre?

—Estás muy equivocado. Tú eres bueno y dulce, quieres ayudar a los demás sin esperar nada a cambio —sacudo la cabeza, empiezo a subir el tono—. Pero yo no.

—No digas eso, si no hubiera sido por ti jamás habría comprendido qué la amistad. Ni qué significa querer a alguien. Habría continuado siendo una pobre máquina sin memoria —hace el amago de cogerme la mano, pero yo la aparto—. Yo he hecho cosas horribles... Cosas que causaron mucho sufrimiento. No soy bueno, como tú dices. Pero intento enmendar mis errores. Y tú me has ayudado a superarlo. Me hiciste una promesa y eso demuestra lo noble que eres.

—Estoy confundida. Si esto no funciona, si esto es en vano, morirá tanta gente...

Ya está, ya lo he dicho. Una grieta en mi fachada. No puede romperse, no puedo venirme abajo. Tengo que ser fuerte por Hyo. Le miro a los ojos y veo que su fachada también parece haberse agrietado. ¿En qué momento empezamos a mentirnos a nosotros mismos? ¿En qué momento decidimos ocultarnos tras esta fachada?

Tengo que salir de esta jaula, gritar, romper el muro. Necesito que Hyo comprenda cómo me siento. Necesito transmitírselo, decirle que no, que no soy tan fuerte. Que puedo luchar, protegerme, pero que mi mente es frágil. Mi mente es una vasija de porcelana encerrada en muros de piedra. En cuanto una piedrecita se desprenda la vasija se romperá.

Mis dedos se deslizan rápidos sobre el brazalete, escribo los comandos que permitirán conectarnos. Pero él me agarra de la muñeca con suavidad.

—No.

—¿No?

—No quiero que lo veas —sus recuerdos, no quiere que vea sus recuerdos.

—Algún día, nuestras fachadas se derrumbarán. Lo sabes, ¿no? —le digo antes de marcharme.

* * *

Vagando por las calles del complejo, cuando todo el mundo hace ya tiempo que duerme me encuentro frente a la puerta de Yaroc. Por alguna razón, siempre que necesito pensar acabo viniendo aquí. Me apoyo en la pared y empiezo a llorar en silencio.

—¿Yadei? —pregunta Yaroc en un susurro. Sacudo la cabeza y me tapo la boca— ¿Eres tú? —No digo nada—. Sé que eres tú, ¿por qué lloras?

Esa última pregunta me ha recordado tanto a Gath que mis sollozos aumentan. A cuando era una niña y mi única preocupación era no enfadar a mi amigo.

—Si te quedas en el pasillo vas a despertar a alguien más, y no creo que quieras llamar la atención.

Al final le hago caso y me siento frente a Yaroc. Me da tanta vergüenza que me haya oído llorar que me tapo la cara con las manos. Él suspira.

—Hay que ver lo que tengo que hacer por ti —bromea—. Puedes estar tranquila, no le diré nada a nadie.

—¿Por qué? ¿Qué razón tienes para ayudarme?

—¿Sabes por qué chocamos tanto? Porque en el fondo somos iguales. Los dos nos ocultamos tras una fachada y no dejamos que los demás conozcan nuestra verdadera persona interior —me sorprende tanto que lo haya dicho él que no soy capaz de contestar—. Corrijo, tú te has abierto a Hyo, pero algo no funciona, ¿verdad?

Niego con la cabeza.

—Son muchas cosas, tú no podrías entenderlo.

—¿Por qué no? ¿Es que acaso te piensas que soy un prepotente inútil?

Tú mismo lo has dicho.

—Eso es lo que quiero que los demás vean de mí —se estira sobre la cama y mira al techo—. Pero soy algo más profundo en realidad —ríe.

—No quiero hablar contigo —digo levantándome de golpe.

—Tendrías que hablar sobre cómo te sientes con Hyo. Ahora ya no está Ogue para que puedas hablar con él. Y sé que no confías para nada en los demás —dice con un tonillo extraño.

Me voy sin decirle nada, oigo un de nada sarcástico y me dirijo a las habitaciones. Sé que lo que voy a hacer ahora mismo es una violación de la privacidad de Hyo, pero necesito conectarme. Escribo los comandos en el brazalete y llego hasta donde las literas. Le pongo la mano en la mejilla a Hyo, él se despierta y me agarra la muñeca. Abre los ojos como platos al ver que escribo el último comando.

Un cosquilleo desagradable me recorre todo el brazo, se me nubla la vista completamente y oigo una cantidad de voces horrible. Gritos y dolor. Mucho dolor. No aparece ningún lobby en el cual materializar mi cuerpo virtual, tan solo un vacío que me succiona continuamente. Una bruma oscura me rodea, la bruma adopta forma de mano y tira de mí. Un cuerpo vagamente humano se materializa frente a mí.

—No tendrías que estar aquí —la voz de Hyo es de un dolor profundo.

—¿De qué tienes miedo? ¿Qué es lo que no quieres que vea? —me encaro con él.

—No quiero que te asustes de mí.

—¿Es que acaso has matado a alguien? —mi voz suena dura, pero en el fondo siento una pena muy grande.

La sombra de Hyo ladea la cabeza con pena. Niega varias veces.

—Yo no era el que mataba.

—Misuk —mis palabras son un hilo de voz.

—Pero hice mucho daño, y no quiero que tú sufras por ello.

—Cuando dos personas confían en ellas mutuamente se cuentan los problemas. ¿Es que no confías en mí? —replico.

—Sí, pero tengo miedo de que tú dejes de confiar en mí —agacha la cabeza.

—¿Pero es que no lo ves? —doy un paso atrás y siento un golpe en la cabeza, debo haberme golpeado en la vida real— Tengo la impresión de que me ocultas algo, ¿cómo voy a confiar en ti así?

Enseguida me doy cuenta de que no tendría que haber dicho eso último. Le he dado a entender que no confío en él, cuando eso no es cierto. El entorno se difumina y las memorias de Hyo vuelven a pasar por mi mente, turbias y disonantes. Al abrir los ojos veo que estoy de rodillas en el suelo, con la cabeza apoyada sobre la almohada de Hyo, en una incómoda posición que mi espalda está empezando a reclamar. En los ojos de Hyo hay una expresión que no sabría describir, miedo y enfado. Me levanto y empiezo a correr.

Necesito huir de todo esto.

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