DIEZ

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Nuestras botas se quedan marcadas en la nieve, que cae copiosamente sobre las ruinas. Las linternas nos iluminan el camino. Hace mucho viento, lo cual no facilita nuestra labor de búsqueda. El sol ya ha caído completamente y seguimos sin rastro de Yaroc. Hace por lo menos una hora que le buscamos, pero no aparece.

A pesar de no soportarle, la idea de que esté perdido me pone los pelos de punta. En esta ciudad, morir es tan sencillo como darse un simple traspié. Puedes tropezar y clavarte hierros oxidados o golpearte la cabeza. O morir congelado por culpa de la nieve. Es horrible.

Misuk camina a mi lado, atenta a cualquier detalle. Fiko olfatea el aire. Y, por fin, nuestra búsqueda obtiene resultado: el perrito empieza a lardar en las ruinas de un viejo edificio. La entrada está cubierta de nieve casi por completo y el techo parece haberse derrumbado recientemente.

—¡Yaroc! —chillo asomando la cabeza por una obertura.

Nadie contesta.

—Yo no puedo entrar —dice Misuk señalando la pequeña obertura—. Ve y mira si está adentro.

Trago saliva y asiento, puedo encontrarme con cualquier cosa. Aunque quizás tan solo se trate de un animal... Me arrastro por el agujero hasta llegar a una sala demasiado pequeña, la nieve ha conseguido entrar y el suelo está empapado. El techo inclinado amenaza con derrumbarse en cualquier momento, ilumino con la linterna y suelto un grito ahogado cuando lo veo. Yaroc está tirado en el suelo, con una pierna enterrada bajo los escombros. Me arrodillo a su lado y le tomo el pulso, sigue vivo. Le zarandeo.

—¡Yaroc! —el chico abre los ojos confundido.

—¿Tú preocupada por mí? —entrecierra los ojos— Creo que estoy soñando.

—Llevas horas desaparecido, estúpido —le espeto enfadada—. ¿Qué ha pasado?

—El techo se ha derrumbado y... supongo que me he desmayado —tiene la cara congelada y le cuesta hablar.

—¿Y tu pierna? —señalo los escombros.

Hace una mueca de dolor.

—No está rota, conseguí apartarme a tiempo... pero estoy atrapado.

Suelto un gruñido y empiezo a retirar las rocas. Entonces, el techo tiembla. Se me acelera el pulso, tengo que ir con cuidado. Voy apartando lentamente los restos. Yaroc suelta un bufido de vez en cuando, toda su pierna está llena de cortes y magulladuras. El techo vuelve a temblar.

—Vale, creo que ya puedo mover la pierna —dice con un hilo de voz.

—Con cuidado.

Unas cuantas rocas caen del techo, soy consciente de que no va a aguantar mucho más. Yaroc consigue liberar la pierna y se sienta. Su pie está torcido de una manera que no debería, una oleada de terror me recorre el cuerpo.

—¿Seguro que no está roto? —lo señalo con flojera.

—No, solo dislocado. No creo que pueda caminar.

Pongo los ojos en blanco y me ofrezco para ayudarle. Él se agarra a mí como un mono y se incorpora sobre la pierna buena. Me doy cuenta de que tiene la piel lívida y los labios morados, está ardiendo.

—Tienes fiebre —pero él solo cierra los ojos y apoya todo su peso sobre mí—. Oye, no es momento de echarse una siesta, hay que salir de aquí.

—No pasa nada, aquí se está bien —dice con hilo de voz casi inentendible.

Lo arrastro como puedo hasta la obertura. El corazón me da un brinco al darme cuenta de que no hay forma de que él pueda caber por ella. Llamo a Misuk y le pido que me ayude. La androide va agrandando el agujero con cuidado de no derrumbar nada. En ese momento, Yaroc se resbala y ambos caemos al suelo. Gimo cuando su cabeza golpea mis costillas.

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