Hasta que la muerte nos separe

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Llevábamos muchos años casados. ¿15?, ¿18?, sólo sé que estábamos enamorado, ilusionados con ese primer amor juvenil. Pero ya todo era rutina, ya todo se había vuelto hastío, sin querer, sin buscarlo, me había enamorado de Samantha, mi "Samy" adorada, una compañera de trabajo.

Samantha inyectó vitalidad a mi vida aburrida, hacíamos el amor siempre que podíamos con la excitante situación de que en algún momento nos pudieran descubrir pegados como perros en el baño, en la oficina, en el parqueadero, en fin, en donde nos dieran las ganas. Contaba las horas en casa para ir a trabajar, no me cansaba de estar con ella todo el día. Por las noches, me pasaba largas horas en el baño escribiéndole mensajes de amor encendidos por el celular.

Obviamente, este comportamiento mío no pasó desapercibido por mi esposa Susana, quien una noche se me metió al baño de improviso y me encontró masturbándome, me quitó el teléfono y vio las fotos "hot" que Samantha me había enviado.

Como es de suponer, se puso histérica, me echó el celular por el inodoro, me golpeó, lloró, gritó, pero dejó bien claro que jamás, jamás yo la dejaría porque en su familia no existía el divorcio, las mujeres soportaban con estoicismo los "cuernos" que le ponían sus esposos pero jamás, jamás los dejaban y ella no iba a ser la primera.

No tenía nada que perder, Susana y yo no teníamos hijos, así que podíamos separarnos sin problemas. Así se lo hice saber, diciéndole que al día siguiente, al llegar del trabajo, recogería mis cosas y me iba a largar.

¡Eso lo veremos!, fue la tajante respuesta de mi –todavía- esposa. Debo admitir que sentí un poco de miedo; sabía que no iba a ser una pelea fácil. Fui al cuarto, tome una sabana y me fui a dormir en el sofá cama de la sala. Bueno, a intentar dormir, ya que estaba rogando que amaneciera rápido para darle la buena noticia a Sami: podríamos estar juntos para siempre.

En lo que empezó a aclarar el día, me duché, luego me metí en la habitación para buscar la ropa que iba a ponerme e irme a la oficina. Por cierto, me llamó la atención que Susana no estuviera allí, no la sentí salir, y eso que pasé la noche en vela.

En la oficina llegué y lo primero que hice fue buscar a Samy. En lo que la vi, la abrace muy fuerte, y la llené de besos. Le di la buena noticia. Ella sonrió. –Ahora si podremos estar juntos- le dije- ¡para siempre!

Al finalizar la jornada laboral fui a casa, empaqué la ropa y las cosas más importantes, Susana estaba en el cuarto, solo me veía sin decir nada.

- siento que esto haya terminado así-, le dije con sinceridad-, pero así es la vida, se acabó el amor que nos teníamos.
- también lo siento - musitó Susana con una serenidad pasmosa-, pero te aseguro que regresaras a casa de nuevo, nunca, nunca te irás de aquí.
- eso no lo voy a discutir Susana, es una decisión que ya está tomada.
- yo tampoco voy a discutir "amor", nos veremos pronto.

Metí las maletas en el coche y me fui, debo confesar que la actitud de Susana, su tranquilidad, su aplomo, su seguridad de que yo regresaría de nuevo me dejaron intranquilo.
Ya en casa de Samantha dejé las maletas en la sala y fuimos al cuarto, nos besamos como locos e hicimos el amor como fieras, después de horas de desenfreno nos quedamos dormidos. Al rato me desperté intranquilo, sentía que me faltaba el aire, sentía un desespero, una opresión en el pecho, unas ganas de salir corriendo.

- ¿Qué tienes tigre?- , me preguntó Samy,- ¿no puedes dormir?
- Yo, yo me voy – le respondí desconcertado-, no puedo estar aquí.
- ¿Pero qué te pasa?- preguntó Samanta sentándose en la cama-, ¿a dónde vas a estas horas?
- A mi casa, -respondí tajante-, de dónde no debí salir.

Compilación de historias de terrorWhere stories live. Discover now