" De lo único que me da miedo, es que de pronto me de miedo"

21 1 0
                                    

Texto y redacción:

Eduardo Duque.

Llegué a un pequeño pueblo, conformado por unos tres mil habitantes, de acuerdo a la información. Tuve que detenerme porque mi auto se recalentó. Necesito llegar con urgencia al siguiente pueblo, que queda a unos 115 kilómetros de donde me encuentro. Infructuosamente busqué a algún pueblerino que me transportara hasta donde necesito llegar porque, por más tardar me urge estar, allá, a las ocho de la mañana. Ningún maldito residente quiso llevarme, por muy buen dinero que le ofrecí. Solo me argumentaban que si era que yo estaba loco, para viajar por esa carretera a esa hora. No tuve otra alternativa que la de emprender mi marcha a pie.

Llevaba cuarenta y cinco minutos caminando por una carretera empedrada y polvorienta. A pesar de que el cielo estaba seminublado, por momentos, las nubes que se desplazaban dejaban pasar a través los rayos de luz de la blanca luna.

A lado y lado de aquella carretera, solo podía apreciar profundos bosques y montañas.

Al coger una curva de unos cuarenta y cinco grados, a unos treinta metros de distancia adelante de mí, y sobre una gran roca a la orilla derecha de la carretera, pude distinguir la silueta de una mujer sentada. Aminoré mi marcha sin quitar mi vista sobre la extraña figura. Me fui acercando, al momento en que iba identificando a la chica. Sí, llevaba sobre su cuerpo un vestido color negro; su cabello era largo, tez blanca, y se hallaba cabizbaja. La saludé con un "buenas noches", me miró, pero no respondió a mi saludo. Repentinamente, el cielo se oscureció y la atmósfera empezó a llenarse de continuos rayos y truenos. Era obvio que se avecinaba una maldita tormenta.
Gracias al destello de un relámpago, pude apreciar la fisonomía de la mujer: cara de belleza angelical, tez muy tersa, ojos de color azul, nariz respingada y boca de labios carnosos y provocativos.
Yo me preguntaba, qué hacía una chica tan hermosa, a esa hora de la noche, y sola, por esos contornos como tan lúgubres.

--Estoy esperando a mi hijo. --balbuceó.
--¿A tu... hijo? --le pregunté --¡Y qué edad tiene tu hijo? ¿15, 18, 20?
--Cinco años. --se expresaba con suma calma y dulce voz.
--¿Cinco años?
--Sí. ¡Ven, siéntate aquí! --me invitó, tocando la superficie de la roca con la palma de su mano derecha.
¡Gracias! --y me senté a su lado, al momento en que yo percibía la fragancia de un exquisito perfume.
--Eres muy guapo y musculoso.
--¡Oh, gracias!
--Me gustaría que me besaras, y sé que tú también lo deseas.
--La verdad, sí. Eres una mujer muy bella y no...! - - pero esta enigmática chica, no me dio tiempo de terminar mi oración, al interrumpirme posando sus encantadores labios sobre los míos. Mientras más nos besábamos, más me iba excitando.
De insofacto, al momento en que me besaba con la chica, empecé a sentir que el interior de mi boca se llenaba de algo, literalmente, como granos de arroz, pero hormigueaban por todo el interior. Con brusquedad me aparté de aquella mujer, me puse de pie y, llevé mi mano a mi boca y escupí una tanda de puros gusanillos blancos mientras que otra cantidad seguía pululando por toda mi boca.--¡Mamáááááá! - -interrumpió la voz de un niño y este saliendo de la espesura del bosque del lado opuesto de la carretera --¡Mamáááááá! ¡Me trajiste comida! - - exclamó el mocoso, al momento en que se abalanzó sobre mí pierna izquierda y clavando sus malditos dientes en ella. Agarré al infante de su cabello, mientras yo seguía escupiendo el resto de gusanos de mi boca. Así de las axilas al mocoso, lo levanté hasta lo más alto de mi cabeza, y lo solté con fuerza a la superficie del camino. Pero el niño, sin verse ni sentirse en lo mínimo afectado, se incorporó y de nuevo llegó hasta mí, con la intención de volver a clavarme sus dientes, al momento de emitir extraños gruñidos.
--¡Mamiiiii, ayúdame, que este no se deja! --mientras yo forcejeaba con el niño, la maldita mujer se fue acercando a mí, pero... ¡Qué demonios era eso? La belleza de esa mujer había desaparecido, para convertirse en una horrenda calavera con cabello largo y exuberante. No tuve otra alternativa de defensa que darle un puñetazo al mocoso; lo cogí de sus pies, di la vuelta con él, y su cabeza la estrellé contra la de su madre.
--¡je je je je je je je! --exclamó el maldito mocoso, mirándome desde el suelo, porque aún yo no lo soltaba --¿Crees que eso me dolió? ¡Pues, no me dolió! --y caminó sobre sus pequeñas manos hasta llegar a mi pierna izquierda y clavándome de nuevo sus dientes. Lo elevé de un fuerte puntapié, y salí corriendo, mientras la maldita mujer me gritaba:

--¡Ven acá, cobarde! ¡No corras!
--¡Estúpida esa! ¿Que no corra? Yo no pensaba quedarme para averiguar qué clase de monstruos eran ese par.


Compilación de historias de terrorWhere stories live. Discover now