Capítulo XXXIII

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De los vicios de los romanos, los cuales no pudo enmendar la destrucción de su patria

¡Oh juicios sin juicio! ¡Qué error!, o, por mejor decir, ¡qué furor es éste tan grande, que llorando vuestra ruina -según he oídolas naciones orientales y haciendo públicas demostraciones de sentimiento y tristeza las mayores ciudades que hay en las partes más remotas de la tierra, vosotros busquéis aún los teatros, entréis en ellos hasta llenarlos del todo, y ejecutéis mayores desvaríos que antes! Esta ruina e infección de los ánimos, este estrago de la bondad y de la virtud, es lo que temía en vosotros el ínclito Escipión cuando prohibía severamente que se edifiquen teatros; cuando examinaba en su interior que las prosperidades fácilmente estragarían vuestros corazones, y cuando quería que no vivieseis seguros del terror de vuestros enemigos, porque no tenía aquel celebrado héroe por feliz la República que tenía los muros de pie y las costumbres por el suelo. Pero en vosotros pudo más la ingeniosa astucia y seducción de los impíos demonios que las providencias justas de hombres sensatos, de donde se infiere necesariamente que los males que hacéis no queréis imputároslos a vosotros; pero los que padecéis los imputáis a los tiempos cristianos, ya que en la época de la seguridad no pretendéis la paz de la República, sino la libertad de vuestros vicios, los que no pudisteis enmendar con las adversidades, porque ya vuestro corazón estaba pervertido con las prosperidades. Quería Escipión que os pusiera miedo el enemigo para que no cayeseis en el vicio, y vosotros, aún hollados y abatidos por el enemigo, no quisisteis desistir del vicio, perdisteis el fruto de la tribulación, habéis venido a ser miserables y quedado contagiados con vuestros pasados excesos; y, con todo, si lográis el vivir, debéis creer es por singular merced de Dios, que, con perdonaros, os advierte que os enmendéis haciendo penitencia. Por último, hombres ingratos, debéis estar persuadidos íntimamente que este gran Dios usó con vosotros la grande misericordia de libraros de la furia, del enemigo amparándoos bajo el nombre de sus siervos o en lugares y oratorios de sus mártires, adonde os acogíais y salvabais vuestras vidas.

La ciudad de Dios: Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora